miércoles, 15 de mayo de 2013

El Secreto De Niall-Capitulo 13


Capítulo 13
Demi compuso un rostro alegre durante el resto del día, fingiendo con toda su alma que el hecho de que Niall Taggert la hubiera rechazado no le importaba en absoluto. Y sin embargo, le resultaba desolador. Era tímida con la mayoría de los hombres, pero Niall le había hecho salir de su caparazón, haciéndola sentirse femenina. Por eso se había acercado demasiado a él, como si no pudiera esperar para que la rodeara con sus brazos y la besara. Se sonrojaba al recordar su comportamiento. Nunca había sido tan directa con nadie.
Por supuesto, sabía que no era bonita ni deseable. Además, Niall era mucho mayor que ella, y seguramente le gustaban las mujeres bellas y sofisticadas que sabían cómo comportarse. Tal vez no fuera el jefe del rancho, pero llevaba un buen coche y seguramente ganaba un buen sueldo. Además, era muy guapo y encantador. La había salvado de Bill Tarleton y le había conseguido un aumento de sueldo y un ascenso. Seguramente se habría llevado el susto de su vida cuando se acercó a él como si tuviera algún derecho. Seguía avergonzada cuando salió aquella tarde del almacén.
—¿Te ocurre algo, Demi? —le preguntó Buck Mannheim mientras cerraban.
Ella lo miró y forzó una sonrisa.
—No, señor, nada en absoluto. Ha sido un día largo.
—Se trata de Tarleton, ¿verdad? —le preguntó él—. Estás preocupada por tener que declarar.
Demi se alegró de tener una excusa para parecer tan apesadumbrada.
—Supongo que me agobia un poco —confesó.
Buck suspiró.
—Demi, es una desgracia que haya hombres como él en el mundo. Pero si no testificas, se saldrá con la suya. La razón por la que has tenido problemas con él es porque otra pobre chica no se atrevió a enfrentarse a Tarleton delante de un jurado. Ella lo dejó pasar. Si lo hubieran condenado por acoso sexual, seguramente ahora estaría en la cárcel. Y eso habría impedido que te atacara a ti.
Demi estaba de acuerdo.
—Supongo que eso es cierto. Es sólo que… hay hombres que creen que una mujer los está provocando por el mero hecho de mirarlos.
—Lo sé. Pero ése no es el caso. Niall testificará y contará lo que vio. Estará allí para apoyarte.
Pero eso no hacía que se sintiera mejor, porque probablemente Niall pensaría ahora que ella acosaba a los hombres, teniendo en cuenta el modo en que la había rechazado. Pero no podía contarle eso al señor Mannheim.
—Ahora vete a casa, cena bien y deja de preocuparte —le dijo él con una sonrisa—. Todo saldrá bien.
Demi dejó escapar un suspiro y sonrió.
—Me recuerda usted a mi abuelo. Él siempre me decía que todo iba a salir bien si sabíamos esperar. Era la persona más paciente que he conocido.
—Yo no soy paciente —Buck se rió—. Pero estoy de acuerdo con tu abuelo. El tiempo lo cura todo.
—Ojalá —murmuró ella—. Buenas noches, señor Mannheim. Hasta mañana.
Demi se metió en la vieja furgoneta que su abuelo le había dejado en herencia y condujo hasta su casa. Aparcó al lado de la vieja y desvencijada casa y la observó durante un instante antes de subir al porche. Necesitaba muchas reformas. El tejado tenía goteras, faltaba un tablón en el porche, los escalones estaban empezando a hundirse y al menos había dos ventanas rotas. Recordó lo que Niall había dicho sobre las mejoras que estaban haciendo en el rancho Bradbury, que no estaba tan mal como su casa. Le angustiaba pensar qué iba a hacer cuando llegara el invierno. El último invierno había conseguido llenar a duras penas un tercio del tanque de propano que proporcionaba calefacción a la casa. Había dos calefactores pequeños en ambos dormitorios y una estufa en el salón. Tenían que racionarlo cuidadosamente, así que durante los meses más fríos utilizaban mantas y trataban de ahorrar. Al parecer, aquel año el precio del combustible iba a subir el doble.
Demi no quería pensar en los obstáculos que la esperaban, sobre todo el empeoramiento de la salud de su madre. Si el médico le prescribía más medicinas, en nada de tiempo estarían hasta el cuello.
Pero decidió que tenía que dejar de pensar en esas cosas. La gente era más importante que el dinero. El problema era que ella suponía la única fuente de ingresos. Ahora iba a verse envuelta en un proceso judicial y era posible que el jefe de Niall se enterara y no quisiera que una persona con tantos escándalos trabajara en su almacén. Y peor todavía, Niall podría contarle lo lanzada que había sido aquel día con él. Demi no podía olvidarse de lo enfadado que estaba cuando se marchó de allí.
Justo cuando empezaba a subir los escalones, los cielos se abrieron y comenzó a llover a cántaros. No había tiempo que perder. En el techo había tres grandes agujeros. Uno estaba justo encima de la televisión, que era la única fuente de entretenimiento de su madre. El aparato tenía casi veinte años y el color no era bueno, pero había sobrevivido desde que Demi era un bebé.
—¡Hola! —saludó al entrar.
—¡Está lloviendo, cariño! —gritó su madre desde el dormitorio.
—¡Lo sé, estoy en ello!
Demi se precipitó a buscar el barreño de plástico que había debajo del fregadero y corrió hacia el salón justo a tiempo de impedir que las gotas cayeran sobre el aparato. Era demasiado grande y pesado para que pudiera moverlo ella sola. Su madre no podía levantar ningún peso, y Selene era muy pequeña. Lo único que podía hacer Demi era protegerla. Dejó el barreño encima y exhaló un suspiro de alivio.
—¡No te olvides de la gotera de la cocina! —volvió a gritar la señora Lovato. Tenía la voz muy ronca.
Demi se estremeció. Parecía como si sufriera de bronquitis, y se preguntó cómo iba a convencerla para que se metiera en la furgoneta si se ponía peor y tenía que llevarla al pueblo a ver al doctor Bates. Tal vez el médico pudiera ir a visitarla a casa. Era un buen hombre y sabía lo obstinada que era su madre.
Demi terminó de proteger la casa con todo tipo de barreños y ollas. El sonido de las gotas en el metal y el plástico creaba un ritmo alegre.
Luego asomó la cabeza en el dormitorio de su madre.
—¿Has tenido un mal día? —le preguntó con dulzura.
Su madre, que estaba muy pálida, asintió.
—Me duele cuando toso.
Demi se sintió todavía peor.
—Llamaré al doctor Bates.
—¡No! —su madre se detuvo y volvió a toser—. Tengo antibióticos, Demi, y ya he utilizado hoy la máquina de oxígeno —aseguró con suavidad—. Sólo necesito un poco de jarabe para la tos. Está en la encimera de la cocina.
La señora Lovato sonrió con esfuerzo.
—Intenta no preocuparte mucho, cariño —le pidió—. La vida es así. No podemos hacer nada.
Demi se mordió el labio inferior y asintió mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.
—Vamos, vamos —la señora Lovato extendió sus delicados brazos. Demi corrió a la cama a refugiarse en ellos con cuidado de no aplastar el frágil pecho de su madre. La joven lloró y lloró.
—No voy a morirme todavía —le prometió la señora Lovato—. Antes tengo que ver cómo Selene termina el instituto.
Era una broma fija que tenían entre ellas desde hacía tiempo. Normalmente se reían las dos, pero Demi no tenía ganas en ese momento. Su vida se complicaba a cada hora que pasaba.
—Hoy hemos tenido visita —dijo su madre—. Adivina quién ha venido.
Demi se secó las lágrimas y tomó asiento, sonriendo a través de las lágrimas.
—¿Quién?
—¿Te acuerdas de Caleb, el hijo de Brad Danner? Te gustaba cuando tenías quince años.
La memoria de Demi dibujó un vago retrato de un muchacho alto, delgado, con los ojos y el cabello oscuro que nunca se fijaba en ella.
—Sí.
—Ha venido a verte —le dijo su madre—. Ha estado en el ejército, sirviendo en el extranjero. Está aquí de visita y quería decirte hola. Le he dicho que venga a cenar —concluyó sonriendo.
Demi contuvo el aliento.
—¿A cenar? —se quedó sentada muy quieta—. Pero sólo tenemos estofado, y apenas nos llega para nosotras.
La señora Lovato se rió con aspereza.
—Dijo que iba a traer un pollo asado con patatas y galletas con miel de Billings. Podemos calentarlo en el horno si se enfría en el camino.
—¿Un pollo de verdad? —preguntó Demi abriendo mucho los ojos ante la perspectiva de comer proteína. Ellas solían comer estofado y sopas con muy poca carne porque era muy cara—. ¿Y galletas con miel?
—Creo que le di la impresión de estar muerta de hambre —aseguró la señora Lovato—. No tuve valor de decirle que no. Fue muy persuasivo —dijo con una sonrisa angelical.
—Eres una granuja —bromeó su hija.
—Bueno, yo tenía mucha hambre. Él estaba hablando de lo que habían cenado su tía y él anoche y yo mencioné que se me había olvidado el sabor del pollo. Entonces se ofreció a traer la cena. ¿Qué podía decirle yo?
Demi se inclinó y abrazó a su madre con cariño.
—Al menos comerás una vez bien esta semana —murmuró—. Y Selene también. Por cierto, ¿dónde está?
—En su cuarto, haciendo los deberes —respondió la mujer—. Estudia mucho. Tenemos que encontrar la manera de enviarla a la universidad.
—Lo conseguiremos —prometió Demi—. Sus calificaciones serán probablemente tan altas que conseguirá becas. Es muy buena estudiante.
—Deberías ponerte un par de vaqueros bonitos y una camisa limpia —le aconsejó su madre—. Caleb es un joven muy guapo y no está saliendo con nadie.
—¿Se lo preguntaste? —exclamó Demi, horrorizada.
—Se lo pregunté con mucha educación.
—¡Mamá!
—No deberías descartar a un posible pretendiente —bromeó. Pero luego se puso seria—. Ya sé que te gusta el señor Taggert, Demi, pero hay algo en él…
A Demi se le cayó el alma a los pies. Su madre solía acertar de pleno con sus corazonadas.
—¿Crees que es un criminal o algo así?
—No seas tonta, por supuesto que no. Sólo quiero decir que parece fuera de lugar aquí —continuó la señora Lovato—. Es inteligente y sofisticado y no actúa como los vaqueros que trabajan por aquí, ¿no te has dado cuenta? Es el tipo de hombre que se sentiría en casa en un entorno elegante. Está muy bien educado y va impecable.
—Me contó que algún día quiere convertirse en encargado de rancho —le confesó Demi—. Seguramente se esfuerza por crear una imagen que pueda impresionar a la gente.
—Podría ser. Pero creo que hay algo más en él de lo que muestra.
—Tú y tu intuición —bromeó Demi.
—Tú también la tienes —le recordó su madre—. Es nuestra conocida capacidad premonitoria. Mi abuela también la tenía. Podía ver lo que iba a suceder con antelación —frunció el ceño—. Hizo una predicción que no tenía sentido. Y sigue sin tenerlo.
—¿Qué dijo?
—Me dijo que yo sería pobre, pero que mi hija viviría como una reina —se rió—. Lo siento, cariño, pero no parece que eso vaya a suceder.
—Todo el mundo puede cometer algún que otro error —admitió Demi.
—En cualquier caso, ve a vestirte. Le dije a Caleb que cenamos a las seis.
Demi sonrió.
—Me arreglaré, pero no servirá de nada. Seguiré pareciéndome a mí misma, no a una reina.
—El aspecto se estropea. La personalidad, no —le recordó su madre.
Demi suspiró.
—No hay muchos hombres jóvenes que estén buscando una personalidad.
—Puede que éste sea el primero. ¡Date prisa!
Caleb era un hombre de facciones duras, alto, fuerte y muy educado. Sonrió a Demi y le clavó los oscuros ojos en la cara mientras se sentaba a la mesa con las dos mujeres y la niña. Estaba sirviendo como cabo en una unidad del ejército en Afganistán, les contó. Era especialista en comunicaciones, aunque también se le daba bien arreglar motores.
—¿Las cosas están muy mal por allá? —preguntó la señora Lovato, que había conseguido sentarse a la mesa con ayuda de Caleb.
—Sí, pero estamos haciendo progresos —aseguró el joven.
—¿Tienes que disparar a la gente? —quiso saber Selene.
—¡Selene! —exclamó Demi.
—Intentamos no hacerlo —le contestó Caleb a la niña con una sonrisa—. Pero a veces nos disparan a nosotros. Estamos acampados en lo alto de las montañas, en zona de terroristas.
—Debe de ser aterrador —comentó Demi.
—Lo es —respondió Caleb con sinceridad—. Pero nosotros cumplimos con lo que nos han manado y tratamos de no pensar en el peligro —miró a Selene y volvió a sonreír—. Hay muchos niños alrededor de nuestro campamento. Nos piden caramelos y galletas.
—¿Y también hay niñas? —quiso saber Selene.
—No, no se ven muchas —respondió él—. Tienen costumbres muy diferentes a las nuestras. Las niñas se quedan con las madres y los niños van por ahí con sus padres.
—A mí también me gustaría estar con mi padre —dijo Selene con tristeza—. Pero se ha marchado.
—Murió —susurró Demi, y Caleb asintió rápidamente.
—Tómate otra taza de café, Caleb —le pidió la señora Lovato.
—Gracias. Está muy bueno.
Demi había racionado el suficiente como para hacer una cafetera. Era muy caro y raramente lo bebían, pero su madre le había dicho que a Caleb le encantaba el café y, después de todo, había contribuido a la comida.
Después de cenar se reunieron en torno a la televisión para ver las noticias. Poco después Caleb consultó el reloj y dijo que tenía que regresar a Billings porque su tía quería que la llevara al cine y él le había prometido que lo haría.
—Pero me gustaría volver antes de reincorporarme a mi misión —les dijo—. He pasado un rato muy agradable esta noche.
—Nosotras también —dijo Demi—. Vuelve cuando quieras.
—La próxima vez te haremos unos deliciosos macarrones con queso —se ofreció la señora Lovato, Caleb vaciló un instante.
—¿Os importa si colaboro con el queso? —preguntó—. Hay un tipo en particular que es el que me gusta.
Ellas entendieron lo que quería decir, pero fingieron que no. Tenía que resultar obvio que eran pobres.
—Eso sería muy amable por tu parle —dijo la señora Lovato con genuino agradecimiento.
—Será un placer —contestó él—. Demi, ¿me acompañas a la puerta?
—Claro.
Demi lo acompañó hasta la camioneta. Caleb se dio la vuelta antes de subir.
—Mi tía tiene una prima que vive aquí. Dice que tu madre está muy mal —dijo.
—Cáncer de pulmón —respondió ella.
—Si hay algo que yo pueda hacer, lo que sea…
—Eres muy amable, pero nos vamos arreglando —sonrió Demi— Gracias por el pollo. Se me había olvidado su sabor —añadió imitando a su madre.
Él se rió ante su sinceridad.
—Siempre has tenido mucho sentido del humor, Demi.
—Es más fácil reír que llorar —aseguró ella.
—Eso dicen. Mañana por la tarde me pasaré por aquí, si te parece bien, para decirte cuándo estoy libre. Mi tía me ha embarcado en una rueda de obligaciones sociales sin fin.
—Puedes llamarme por teléfono —sugirió Demi.
—Prefiero venir —insistió él—. Así me escapo de tomar el té con una de las amigas de mi tía que tiene una hija soltera.
—¿Estás huyendo del matrimonio? —preguntó Demi con una sonrisa.
—Eso parece —respondió Caleb apretando los labios—. ¿Tú estás con alguien?
—No —contestó ella con un suspiro—. ¿Y tú?
—Ojalá lo estuviera —aseguró él encogiéndose de hombros—. Pero ella es la novia de mi mejor amigo.
Demi se relajó. No estaba buscando una mujer.
—Yo estoy viviendo también algo parecido. Sólo que él no tiene novia, que yo sepa.
—¿Y no le gustas?
—Al parecer, no.
—Fíjate qué casualidad. Dos compañeros de sufrimiento que se encuentran por casualidad.
—Así es la vida.
—Sí —Caleb la miró con ternura—. ¿Sabes qué? En el instituto era tan tímido que nunca tuve el valor de preguntarte si querías salir conmigo. Me habría gustado. Siempre estabas alegre, sonriendo. Me hacías sentir bien.
Aquello era sorprendente. Demi lo recordaba como un chico distante y estirado que no parecía darse cuenta de que ella existía.
—Yo también era tímida —le confesó—. Pero aprendí a disimular.
—El ejército me enseñó a mí a hacerlo —aseguró Caleb—. Este hombre que te gusta… ¿es alguien de por aquí?
Ella suspiró.
—Lo cierto es que es el capataz de un rancho. El hombre para el que trabaja, uno de los hermanos Horan, ha comprado el rancho Bradbury.
—He oído hablar de ellos —asintió Caleb—. Viven en Medicine Ridge. Uno de sus trabajadores estuvo en mi unidad. Dijo que era el mejor lugar en el que había trabajado nunca. Yo me estoy sacando un título en el ejército. Cuando me licencie entraré de aprendiz en un taller mecánico de Billings, y con un poco de suerte algún día seré socio del dueño. Me encanta arreglar motores.
Demi lo miró un instante.
—Ojalá pudieras arreglar el mío —dijo—. Echa humo negro.
—¿Cuántos años tiene? —preguntó Caleb con curiosidad.
—Unos veinte.
—Seguramente necesitará cambiar el motor completo —respondió él sin vacilar—. Tal y como están hoy los precios, te compensa más venderlo para chatarra y comprarte uno nuevo.
—Eso es imposible —aseguró Demi—. Necesitamos hasta el último penique que yo llevo a casa.
—¿No has pensado en mudarte a Billings? Allí podrías encontrar un trabajo mejor.
—Tendría que llevarme a mamá y a Selene conmigo —respondió ella—. Y tendría que alquilar un sitio para vivir. Aquí al menos tenemos un techo.
Caleb frunció el ceño.
—Tienes un buen lío —le dijo con simpatía.
—Así es. Pero amo a mi familia —añadió—. Prefiero estar con ellas que ser millonaria.
Los oscuros ojos de Caleb se cruzaron con los suyos.
—Eres una buena chica, Demi. Ojalá te hubiera conocido mejor antes de cruzarme con la novia de mi mejor amigo.
—Ojalá te hubiera conocido yo mejor a ti antes de que Niall Taggert apareciera en el pueblo —Demi suspiró—. En cualquier caso, me encantaría ser tu amiga. Podemos llorar el uno en el hombro del otro. Y, si me das tu dirección, te escribiré cuando vuelvas a tu misión.
A Caleb se le iluminó el rostro.
—Eso me encantaría. Me ayudará a despistar a mi amigo. Me pilló mirando la foto de su novia durante demasiado tiempo.
—Te mandaré una foto mía —se ofreció Demi—. Puedes decirle que su novia te recordaba a mí.
Caleb alzó las cejas.
—No sería ninguna mentira. Os parecéis bastante: tiene el cabello oscuro y los ojos claros. ¿Harías eso por mí?
—Por supuesto que sí —aseguró la joven—, ¿Para qué están los amigos? Él sonrió.
—Dile a tu familia buenas noches de mi parte. Vendré mañana.
Demi también sonrió.
—Te estaré esperando.
Caleb se despidió agitando la mano y se puso en marcha. Ella lo vio irse y recordó que todavía quedaba algo de pollo. Tenía que darse prisa en entrar y guardarlo antes de que Selene comiera demasiado. Si estiraban aquel pollo, podrían comer casi toda la semana.

Niall Horan había pasado un fin de semana muy agradable con su hermano, Kasie y las niñas. Le vino bien librarse del constante dolor de cabeza provocado por la reforma y estar con la familia, pero tenía que regresar a Hollister y arreglar las cosas con Demi. Debió encontrar un modo más sutil de mantener las distancias mientras se acomodaba a su cambiante relación. La joven había palidecido cuando la apartó. Niall odió tener que dejarla con aquella errónea impresión, pero el deseo súbito que sintió por ella lo había sorprendido e incomodado. No fue lo suficientemente fuerte como para volver y enfrentarse a ella hasta que fue capaz de ocultar sus sentimientos.
Tenía que haber algún modo de arreglar las cosas con ella. Pensaría en algo en el camino de regreso a Hollister, se dijo. Demi tenía un corazón de oro y sabía que no le guardaría rencor.
Pero cuando entró en el almacén el lunes por la mañana, se llevó un susto. Demi estaba apoyada en el mostrador, sonriéndole encantada a un joven muy atractivo vestido con pantalones y camisa vaqueros.
Si no veía mal, el chico le estaba agarrando la mano. Niall sintió en su interior una explosión de dolor y resentimiento. Demi le había puesto las manos en el pecho y lo había mirado con sus cálidos ojos verdes, y Niall la había deseado hasta la locura. Y ahora estaba haciendo lo mismo con otro hombre, un hombre más joven. ¿Acaso era una seductora sin corazón?
Niall se acercó al mostrador y se dio cuenta de que el muchacho no parecía en absoluto molesto por su presencia.
—Hola, Demi —la saludó con frialdad—. ¿Ha llegado esa mezcla especial de pienso que te pedí que encargaras?
—Lo voy a comprobar, señor Taggert —respondió ella educadamente y con una sonrisa.
Entró en la parte de atrás del almacén para comprobar el último pedido que acababa de llegar por la mañana. Se sentía muy orgullosa de sí misma por haber sido capaz de disimular que le temblaban las piernas. Niall Taggert tenía un efecto devastador sobre sus emociones. Pero él no la quería a su lado, y más le valía recordarlo. Era una bendición que Caleb hubiera ido aquel día al almacén. Tal vez Niall pudiera pensar que tenía otros intereses y que no lo perseguía a él.
—Buenos días —le dijo Niall al joven—. Soy Niall Taggert, el supervisor del viejo rancho Bradbury.
El muchacho sonrió y le tendió la mano.
—Soy Caleb Danner, Demi y yo fuimos juntos al instituto.
Niall le estrechó la mano.
—Encantado de conocerte.
—Lo mismo digo.
Niall miró hacia las estanterías con aire indiferente.
—¿Trabajas por aquí? —preguntó como quien no quiere la cosa.
—No, estoy en el ejército —respondió el muchacho, sorprendiendo a Niall—. Estoy destinado en el extranjero, pero me han dado un permiso de dos semanas y he venido a estar con mi tía en Billings.
Los ojos azules de Niall se cruzaron con la mirada oscura del muchacho.
—Eso está bastante lejos de aquí.
—Sí, ya lo sé —respondió Caleb con naturalidad—. Pero le prometí a Demi que iríamos un día al cine y esta noche estoy libre. He venido a preguntarle si quiere venir conmigo.

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