Capítulo 13
Demi compuso un rostro alegre durante
el resto del día, fingiendo con toda su alma que el hecho de que Niall Taggert
la hubiera rechazado no le importaba en absoluto. Y sin embargo, le resultaba
desolador. Era tímida con la mayoría de los hombres, pero Niall le había hecho
salir de su caparazón, haciéndola sentirse femenina. Por eso se había acercado
demasiado a él, como si no pudiera esperar para que la rodeara con sus brazos y
la besara. Se sonrojaba al recordar su comportamiento. Nunca había sido tan
directa con nadie.
Por supuesto, sabía que no era bonita
ni deseable. Además, Niall era mucho mayor que ella, y seguramente le gustaban
las mujeres bellas y sofisticadas que sabían cómo comportarse. Tal vez no fuera
el jefe del rancho, pero llevaba un buen coche y seguramente ganaba un buen
sueldo. Además, era muy guapo y encantador. La había salvado de Bill Tarleton y
le había conseguido un aumento de sueldo y un ascenso. Seguramente se habría
llevado el susto de su vida cuando se acercó a él como si tuviera algún
derecho. Seguía avergonzada cuando salió aquella tarde del almacén.
—¿Te ocurre algo, Demi? —le preguntó
Buck Mannheim mientras cerraban.
Ella lo miró y forzó una sonrisa.
—No, señor, nada en absoluto. Ha sido
un día largo.
—Se trata de Tarleton, ¿verdad? —le
preguntó él—. Estás preocupada por tener que declarar.
Demi se alegró de tener una excusa
para parecer tan apesadumbrada.
—Supongo que me agobia un poco —confesó.
Buck suspiró.
—Demi, es una desgracia que haya
hombres como él en el mundo. Pero si no testificas, se saldrá con la suya. La
razón por la que has tenido problemas con él es porque otra pobre chica no se
atrevió a enfrentarse a Tarleton delante de un jurado. Ella lo dejó pasar. Si
lo hubieran condenado por acoso sexual, seguramente ahora estaría en la cárcel.
Y eso habría impedido que te atacara a ti.
Demi estaba de acuerdo.
—Supongo que eso es cierto. Es sólo
que… hay hombres que creen que una mujer los está provocando por el mero hecho
de mirarlos.
—Lo sé. Pero ése no es el caso. Niall
testificará y contará lo que vio. Estará allí para apoyarte.
Pero eso no hacía que se sintiera
mejor, porque probablemente Niall pensaría ahora que ella acosaba a los
hombres, teniendo en cuenta el modo en que la había rechazado. Pero no podía
contarle eso al señor Mannheim.
—Ahora vete a casa, cena bien y deja
de preocuparte —le dijo él con una sonrisa—. Todo saldrá bien.
Demi dejó escapar un suspiro y sonrió.
—Me recuerda usted a mi abuelo. Él siempre
me decía que todo iba a salir bien si sabíamos esperar. Era la persona más
paciente que he conocido.
—Yo no soy paciente —Buck se rió—.
Pero estoy de acuerdo con tu abuelo. El tiempo lo cura todo.
—Ojalá —murmuró ella—. Buenas noches,
señor Mannheim. Hasta mañana.
Demi se metió en la vieja furgoneta
que su abuelo le había dejado en herencia y condujo hasta su casa. Aparcó al
lado de la vieja y desvencijada casa y la observó durante un instante antes de
subir al porche. Necesitaba muchas reformas. El tejado tenía goteras, faltaba
un tablón en el porche, los escalones estaban empezando a hundirse y al menos
había dos ventanas rotas. Recordó lo que Niall había dicho sobre las mejoras
que estaban haciendo en el rancho Bradbury, que no estaba tan mal como su casa.
Le angustiaba pensar qué iba a hacer cuando llegara el invierno. El último
invierno había conseguido llenar a duras penas un tercio del tanque de propano
que proporcionaba calefacción a la casa. Había dos calefactores pequeños en
ambos dormitorios y una estufa en el salón. Tenían que racionarlo
cuidadosamente, así que durante los meses más fríos utilizaban mantas y
trataban de ahorrar. Al parecer, aquel año el precio del combustible iba a
subir el doble.
Demi no quería pensar en los
obstáculos que la esperaban, sobre todo el empeoramiento de la salud de su
madre. Si el médico le prescribía más medicinas, en nada de tiempo estarían
hasta el cuello.
Pero decidió que tenía que dejar de
pensar en esas cosas. La gente era más importante que el dinero. El problema
era que ella suponía la única fuente de ingresos. Ahora iba a verse envuelta en
un proceso judicial y era posible que el jefe de Niall se enterara y no
quisiera que una persona con tantos escándalos trabajara en su almacén. Y peor
todavía, Niall podría contarle lo lanzada que había sido aquel día con él. Demi
no podía olvidarse de lo enfadado que estaba cuando se marchó de allí.
Justo cuando empezaba a subir los
escalones, los cielos se abrieron y comenzó a llover a cántaros. No había
tiempo que perder. En el techo había tres grandes agujeros. Uno estaba justo
encima de la televisión, que era la única fuente de entretenimiento de su
madre. El aparato tenía casi veinte años y el color no era bueno, pero había
sobrevivido desde que Demi era un bebé.
—¡Hola! —saludó al entrar.
—¡Está lloviendo, cariño! —gritó su
madre desde el dormitorio.
—¡Lo sé, estoy en ello!
Demi se precipitó a buscar el barreño
de plástico que había debajo del fregadero y corrió hacia el salón justo a
tiempo de impedir que las gotas cayeran sobre el aparato. Era demasiado grande
y pesado para que pudiera moverlo ella sola. Su madre no podía levantar ningún
peso, y Selene era muy pequeña. Lo único que podía hacer Demi era protegerla.
Dejó el barreño encima y exhaló un suspiro de alivio.
—¡No te olvides de la gotera de la
cocina! —volvió a gritar la señora Lovato. Tenía la voz muy ronca.
Demi se estremeció. Parecía como si
sufriera de bronquitis, y se preguntó cómo iba a convencerla para que se
metiera en la furgoneta si se ponía peor y tenía que llevarla al pueblo a ver
al doctor Bates. Tal vez el médico pudiera ir a visitarla a casa. Era un buen
hombre y sabía lo obstinada que era su madre.
Demi terminó de proteger la casa con
todo tipo de barreños y ollas. El sonido de las gotas en el metal y el plástico
creaba un ritmo alegre.
Luego asomó la cabeza en el dormitorio
de su madre.
—¿Has tenido un mal día? —le preguntó
con dulzura.
Su madre, que estaba muy pálida,
asintió.
—Me duele cuando toso.
Demi se sintió todavía peor.
—Llamaré al doctor Bates.
—¡No! —su madre se detuvo y volvió a
toser—. Tengo antibióticos, Demi, y ya he utilizado hoy la máquina de oxígeno
—aseguró con suavidad—. Sólo necesito un poco de jarabe para la tos. Está en la
encimera de la cocina.
La señora Lovato sonrió con esfuerzo.
—Intenta no preocuparte mucho, cariño
—le pidió—. La vida es así. No podemos hacer nada.
Demi se mordió el labio inferior y
asintió mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.
—Vamos, vamos —la señora Lovato
extendió sus delicados brazos. Demi corrió a la cama a refugiarse en ellos con
cuidado de no aplastar el frágil pecho de su madre. La joven lloró y lloró.
—No voy a morirme todavía —le prometió
la señora Lovato—. Antes tengo que ver cómo Selene termina el instituto.
Era una broma fija que tenían entre
ellas desde hacía tiempo. Normalmente se reían las dos, pero Demi no tenía
ganas en ese momento. Su vida se complicaba a cada hora que pasaba.
—Hoy hemos tenido visita —dijo su
madre—. Adivina quién ha venido.
Demi se secó las lágrimas y tomó
asiento, sonriendo a través de las lágrimas.
—¿Quién?
—¿Te acuerdas de Caleb, el hijo de
Brad Danner? Te gustaba cuando tenías quince años.
La memoria de Demi dibujó un vago
retrato de un muchacho alto, delgado, con los ojos y el cabello oscuro que
nunca se fijaba en ella.
—Sí.
—Ha venido a verte —le dijo su madre—.
Ha estado en el ejército, sirviendo en el extranjero. Está aquí de visita y
quería decirte hola. Le he dicho que venga a cenar —concluyó sonriendo.
Demi contuvo el aliento.
—¿A cenar? —se quedó sentada muy
quieta—. Pero sólo tenemos estofado, y apenas nos llega para nosotras.
La señora Lovato se rió con aspereza.
—Dijo que iba a traer un pollo asado
con patatas y galletas con miel de Billings. Podemos calentarlo en el horno si
se enfría en el camino.
—¿Un pollo de verdad? —preguntó Demi
abriendo mucho los ojos ante la perspectiva de comer proteína. Ellas solían
comer estofado y sopas con muy poca carne porque era muy cara—. ¿Y galletas con
miel?
—Creo que le di la impresión de estar
muerta de hambre —aseguró la señora Lovato—. No tuve valor de decirle que no.
Fue muy persuasivo —dijo con una sonrisa angelical.
—Eres una granuja —bromeó su hija.
—Bueno, yo tenía mucha hambre. Él estaba
hablando de lo que habían cenado su tía y él anoche y yo mencioné que se me
había olvidado el sabor del pollo. Entonces se ofreció a traer la cena. ¿Qué
podía decirle yo?
Demi se inclinó y abrazó a su madre
con cariño.
—Al menos comerás una vez bien esta
semana —murmuró—. Y Selene también. Por cierto, ¿dónde está?
—En su cuarto, haciendo los deberes —respondió
la mujer—. Estudia mucho. Tenemos que encontrar la manera de enviarla a la
universidad.
—Lo conseguiremos —prometió Demi—. Sus
calificaciones serán probablemente tan altas que conseguirá becas. Es muy buena
estudiante.
—Deberías ponerte un par de vaqueros
bonitos y una camisa limpia —le aconsejó su madre—. Caleb es un joven muy guapo
y no está saliendo con nadie.
—¿Se lo preguntaste? —exclamó Demi,
horrorizada.
—Se lo pregunté con mucha educación.
—¡Mamá!
—No deberías descartar a un posible
pretendiente —bromeó. Pero luego se puso seria—. Ya sé que te gusta el señor
Taggert, Demi, pero hay algo en él…
A Demi se le cayó el alma a los pies.
Su madre solía acertar de pleno con sus corazonadas.
—¿Crees que es un criminal o algo así?
—No seas tonta, por supuesto que no.
Sólo quiero decir que parece fuera de lugar aquí —continuó la señora Lovato—.
Es inteligente y sofisticado y no actúa como los vaqueros que trabajan por
aquí, ¿no te has dado cuenta? Es el tipo de hombre que se sentiría en casa en
un entorno elegante. Está muy bien educado y va impecable.
—Me contó que algún día quiere
convertirse en encargado de rancho —le confesó Demi—. Seguramente se esfuerza
por crear una imagen que pueda impresionar a la gente.
—Podría ser. Pero creo que hay algo
más en él de lo que muestra.
—Tú y tu intuición —bromeó Demi.
—Tú también la tienes —le recordó su
madre—. Es nuestra conocida capacidad premonitoria. Mi abuela también la tenía.
Podía ver lo que iba a suceder con antelación —frunció el ceño—. Hizo una
predicción que no tenía sentido. Y sigue sin tenerlo.
—¿Qué dijo?
—Me dijo que yo sería pobre, pero que
mi hija viviría como una reina —se rió—. Lo siento, cariño, pero no parece que
eso vaya a suceder.
—Todo el mundo puede cometer algún que
otro error —admitió Demi.
—En cualquier caso, ve a vestirte. Le dije
a Caleb que cenamos a las seis.
Demi sonrió.
—Me arreglaré, pero no servirá de
nada. Seguiré pareciéndome a mí misma, no a una reina.
—El aspecto se estropea. La
personalidad, no —le recordó su madre.
Demi suspiró.
—No hay muchos hombres jóvenes que estén
buscando una personalidad.
—Puede que éste sea el primero. ¡Date
prisa!
Caleb era un hombre de facciones
duras, alto, fuerte y muy educado. Sonrió a Demi y le clavó los oscuros ojos en
la cara mientras se sentaba a la mesa con las dos mujeres y la niña. Estaba
sirviendo como cabo en una unidad del ejército en Afganistán, les contó. Era
especialista en comunicaciones, aunque también se le daba bien arreglar
motores.
—¿Las cosas están muy mal por allá? —preguntó
la señora Lovato, que había conseguido sentarse a la mesa con ayuda de Caleb.
—Sí, pero estamos haciendo progresos —aseguró
el joven.
—¿Tienes que disparar a la gente? —quiso
saber Selene.
—¡Selene! —exclamó Demi.
—Intentamos no hacerlo —le contestó
Caleb a la niña con una sonrisa—. Pero a veces nos disparan a nosotros. Estamos
acampados en lo alto de las montañas, en zona de terroristas.
—Debe de ser aterrador —comentó Demi.
—Lo es —respondió Caleb con sinceridad—.
Pero nosotros cumplimos con lo que nos han manado y tratamos de no pensar en el
peligro —miró a Selene y volvió a sonreír—. Hay muchos niños alrededor de
nuestro campamento. Nos piden caramelos y galletas.
—¿Y también hay niñas? —quiso saber
Selene.
—No, no se ven muchas —respondió él—.
Tienen costumbres muy diferentes a las nuestras. Las niñas se quedan con las
madres y los niños van por ahí con sus padres.
—A mí también me gustaría estar con mi
padre —dijo Selene con tristeza—. Pero se ha marchado.
—Murió —susurró Demi, y Caleb asintió
rápidamente.
—Tómate otra taza de café, Caleb —le pidió
la señora Lovato.
—Gracias. Está muy bueno.
Demi había racionado el suficiente
como para hacer una cafetera. Era muy caro y raramente lo bebían, pero su madre
le había dicho que a Caleb le encantaba el café y, después de todo, había
contribuido a la comida.
Después de cenar se reunieron en torno
a la televisión para ver las noticias. Poco después Caleb consultó el reloj y
dijo que tenía que regresar a Billings porque su tía quería que la llevara al
cine y él le había prometido que lo haría.
—Pero me gustaría volver antes de
reincorporarme a mi misión —les dijo—. He pasado un rato muy agradable esta
noche.
—Nosotras también —dijo Demi—. Vuelve
cuando quieras.
—La próxima vez te haremos unos
deliciosos macarrones con queso —se ofreció la señora Lovato, Caleb vaciló un
instante.
—¿Os importa si colaboro con el queso?
—preguntó—. Hay un tipo en particular que es el que me gusta.
Ellas entendieron lo que quería decir,
pero fingieron que no. Tenía que resultar obvio que eran pobres.
—Eso sería muy amable por tu parle —dijo
la señora Lovato con genuino agradecimiento.
—Será un placer —contestó él—. Demi,
¿me acompañas a la puerta?
—Claro.
Demi lo acompañó hasta la camioneta.
Caleb se dio la vuelta antes de subir.
—Mi tía tiene una prima que vive aquí.
Dice que tu madre está muy mal —dijo.
—Cáncer de pulmón —respondió ella.
—Si hay algo que yo pueda hacer, lo
que sea…
—Eres muy amable, pero nos vamos
arreglando —sonrió Demi— Gracias por el pollo. Se me había olvidado su sabor —añadió
imitando a su madre.
Él se rió ante su sinceridad.
—Siempre has tenido mucho sentido del
humor, Demi.
—Es más fácil reír que llorar —aseguró
ella.
—Eso dicen. Mañana por la tarde me
pasaré por aquí, si te parece bien, para decirte cuándo estoy libre. Mi tía me
ha embarcado en una rueda de obligaciones sociales sin fin.
—Puedes llamarme por teléfono —sugirió
Demi.
—Prefiero venir —insistió él—. Así me
escapo de tomar el té con una de las amigas de mi tía que tiene una hija
soltera.
—¿Estás huyendo del matrimonio? —preguntó
Demi con una sonrisa.
—Eso parece —respondió Caleb apretando
los labios—. ¿Tú estás con alguien?
—No —contestó ella con un suspiro—. ¿Y
tú?
—Ojalá lo estuviera —aseguró él
encogiéndose de hombros—. Pero ella es la novia de mi mejor amigo.
Demi se relajó. No estaba buscando una
mujer.
—Yo estoy viviendo también algo
parecido. Sólo que él no tiene novia, que yo sepa.
—¿Y no le gustas?
—Al parecer, no.
—Fíjate qué casualidad. Dos compañeros
de sufrimiento que se encuentran por casualidad.
—Así es la vida.
—Sí —Caleb la miró con ternura—.
¿Sabes qué? En el instituto era tan tímido que nunca tuve el valor de
preguntarte si querías salir conmigo. Me habría gustado. Siempre estabas
alegre, sonriendo. Me hacías sentir bien.
Aquello era sorprendente. Demi lo
recordaba como un chico distante y estirado que no parecía darse cuenta de que
ella existía.
—Yo también era tímida —le confesó—.
Pero aprendí a disimular.
—El ejército me enseñó a mí a hacerlo —aseguró
Caleb—. Este hombre que te gusta… ¿es alguien de por aquí?
Ella suspiró.
—Lo cierto es que es el capataz de un
rancho. El hombre para el que trabaja, uno de los hermanos Horan, ha comprado
el rancho Bradbury.
—He oído hablar de ellos —asintió
Caleb—. Viven en Medicine Ridge. Uno de sus trabajadores estuvo en mi unidad.
Dijo que era el mejor lugar en el que había trabajado nunca. Yo me estoy
sacando un título en el ejército. Cuando me licencie entraré de aprendiz en un
taller mecánico de Billings, y con un poco de suerte algún día seré socio del
dueño. Me encanta arreglar motores.
Demi lo miró un instante.
—Ojalá pudieras arreglar el mío —dijo—.
Echa humo negro.
—¿Cuántos años tiene? —preguntó Caleb
con curiosidad.
—Unos veinte.
—Seguramente necesitará cambiar el
motor completo —respondió él sin vacilar—. Tal y como están hoy los precios, te
compensa más venderlo para chatarra y comprarte uno nuevo.
—Eso es imposible —aseguró Demi—.
Necesitamos hasta el último penique que yo llevo a casa.
—¿No has pensado en mudarte a
Billings? Allí podrías encontrar un trabajo mejor.
—Tendría que llevarme a mamá y a
Selene conmigo —respondió ella—. Y tendría que alquilar un sitio para vivir.
Aquí al menos tenemos un techo.
Caleb frunció el ceño.
—Tienes un buen lío —le dijo con
simpatía.
—Así es. Pero amo a mi familia
—añadió—. Prefiero estar con ellas que ser millonaria.
Los oscuros ojos de Caleb se cruzaron
con los suyos.
—Eres una buena chica, Demi. Ojalá te
hubiera conocido mejor antes de cruzarme con la novia de mi mejor amigo.
—Ojalá te hubiera conocido yo mejor a
ti antes de que Niall Taggert apareciera en el pueblo —Demi suspiró—. En
cualquier caso, me encantaría ser tu amiga. Podemos llorar el uno en el hombro
del otro. Y, si me das tu dirección, te escribiré cuando vuelvas a tu misión.
A Caleb se le iluminó el rostro.
—Eso me encantaría. Me ayudará a
despistar a mi amigo. Me pilló mirando la foto de su novia durante demasiado
tiempo.
—Te mandaré una foto mía —se ofreció Demi—.
Puedes decirle que su novia te recordaba a mí.
Caleb alzó las cejas.
—No sería ninguna mentira. Os parecéis
bastante: tiene el cabello oscuro y los ojos claros. ¿Harías eso por mí?
—Por supuesto que sí —aseguró la
joven—, ¿Para qué están los amigos? Él sonrió.
—Dile a tu familia buenas noches de mi
parte. Vendré mañana.
Demi también sonrió.
—Te estaré esperando.
Caleb se despidió agitando la mano y
se puso en marcha. Ella lo vio irse y recordó que todavía quedaba algo de
pollo. Tenía que darse prisa en entrar y guardarlo antes de que Selene comiera
demasiado. Si estiraban aquel pollo, podrían comer casi toda la semana.
Niall Horan había pasado un fin de
semana muy agradable con su hermano, Kasie y las niñas. Le vino bien librarse
del constante dolor de cabeza provocado por la reforma y estar con la familia,
pero tenía que regresar a Hollister y arreglar las cosas con Demi. Debió
encontrar un modo más sutil de mantener las distancias mientras se acomodaba a
su cambiante relación. La joven había palidecido cuando la apartó. Niall odió
tener que dejarla con aquella errónea impresión, pero el deseo súbito que
sintió por ella lo había sorprendido e incomodado. No fue lo suficientemente
fuerte como para volver y enfrentarse a ella hasta que fue capaz de ocultar sus
sentimientos.
Tenía que haber algún modo de arreglar
las cosas con ella. Pensaría en algo en el camino de regreso a Hollister, se
dijo. Demi tenía un corazón de oro y sabía que no le guardaría rencor.
Pero cuando entró en el almacén el
lunes por la mañana, se llevó un susto. Demi estaba apoyada en el mostrador,
sonriéndole encantada a un joven muy atractivo vestido con pantalones y camisa
vaqueros.
Si no veía mal, el chico le estaba
agarrando la mano. Niall sintió en su interior una explosión de dolor y
resentimiento. Demi le había puesto las manos en el pecho y lo había mirado con
sus cálidos ojos verdes, y Niall la había deseado hasta la locura. Y ahora
estaba haciendo lo mismo con otro hombre, un hombre más joven. ¿Acaso era una
seductora sin corazón?
Niall se acercó al mostrador y se dio
cuenta de que el muchacho no parecía en absoluto molesto por su presencia.
—Hola, Demi —la saludó con frialdad—.
¿Ha llegado esa mezcla especial de pienso que te pedí que encargaras?
—Lo voy a comprobar, señor Taggert —respondió
ella educadamente y con una sonrisa.
Entró en la parte de atrás del almacén
para comprobar el último pedido que acababa de llegar por la mañana. Se sentía
muy orgullosa de sí misma por haber sido capaz de disimular que le temblaban
las piernas. Niall Taggert tenía un efecto devastador sobre sus emociones. Pero
él no la quería a su lado, y más le valía recordarlo. Era una bendición que
Caleb hubiera ido aquel día al almacén. Tal vez Niall pudiera pensar que tenía
otros intereses y que no lo perseguía a él.
—Buenos días —le dijo Niall al joven—.
Soy Niall Taggert, el supervisor del viejo rancho Bradbury.
El muchacho sonrió y le tendió la
mano.
—Soy Caleb Danner, Demi y yo fuimos
juntos al instituto.
Niall le estrechó la mano.
—Encantado de conocerte.
—Lo mismo digo.
Niall miró hacia las estanterías con
aire indiferente.
—¿Trabajas por aquí? —preguntó como
quien no quiere la cosa.
—No, estoy en el ejército —respondió
el muchacho, sorprendiendo a Niall—. Estoy destinado en el extranjero, pero me
han dado un permiso de dos semanas y he venido a estar con mi tía en Billings.
Los ojos azules de Niall se cruzaron
con la mirada oscura del muchacho.
—Eso está bastante lejos de aquí.
—Sí, ya lo sé —respondió Caleb con naturalidad—. Pero le prometí a Demi
que iríamos un día al cine y esta noche estoy libre. He venido a preguntarle si
quiere venir conmigo.
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