sábado, 13 de abril de 2013

♡Tierra De Pasiones-Adaptacion Diall-Capitulo 23♡


Cuando Demi volvió a casa, desensilló a su montura y devolvió el rifle al vaquero que se lo había prestado, Niall y Tippy ya se habían ido.
Maude estaba en la cocina, refunfuñando por el desorden de materiales de rodaje con los que tenía que trabajar. Cuando Demi entró, la encontró ante la pila.
—Te estabas escondiendo, ¿eh? Ojalá hubieras tenido la amabilidad de llevarme contigo, en lugar de dejarme aquí.
—¿Tan terrible ha sido?
—¿Terrible? —la mujer hundió una sartén sucia en el agua jabonosa—. Te arrolló como un tanque. Ha convencido a Niall de que estás enfurruñada porque le está prestando mucha atención a ella. Cree que eres muy inmadura.
—Y yo creo que ella es un incordio —replicó Demi con aspereza. Se quitó el sombrero antes de repantigarse en una silla, ante la mesa—. Niall le ha comprado un anillo de esmeralda. Si no lo vi mal, también tiene varios diamantes.
Maude frunció el ceño.
—¿Que Niall le ha comprado un anillo? ¿Con qué dinero? —exclamó—. No tiene tanto.
—Seguramente, con sus ahorros —dijo Demi con aflicción—. Y ¿qué puedo decir? No es justo que tenga que gastar hasta el último centavo que gana en mantener en pie este rancho.
—Pequeña... —dijo Maude, haciendo una mueca—. Lo siento mucho. Me había fijado en el anillo, pero no sabía... ¿Estás segura de que se lo ha comprado Niall?
—Ella dijo que sí. No voy a preguntárselo a Niall, si es eso lo que sugieres. Ya me ha mirado mal porque quiero que Cash me enseñe a usar una pistola.
Maude vaciló.
—Cash no le cae bien.
—Dice que hay cosas del pasado de Cash que no puede contarme —corroboró Demi—. Pero no estoy pensando en casarme con él. Es mi amigo.
—Yo creo que él querría ser algo más.
Demi sonrió con tristeza.
—Estoy casada. Claro que soy la única a la que le importa.
—Tippy Moore no lo sabe.
—¿Y de qué serviría que lo supiera? —conjeturó Demi—. Las mujeres como ella no ven obstáculos en su camino. Puede tener al hombre que se le antoje; me lo dijo ella misma —añadió con una sonrisa burlona.
—A Cash Grier, no —replicó Maude.
Demi rio, pero sin ganas.
—Menos mal que hay un hombre que no se deja cautivar por esa sonrisa venenosa.
Maude miró a la joven con preocupación.
—Los hombres siempre quieren ver algo hermoso pero ¿cuántos querrían casarse con un rostro codiciado por muchos otros? ¿Cómo podría estar seguro de que le sería fiel?
—Si ella lo quisiera, lo sería.
Maude resopló.
—Le encantan las baratijas, y no ve más allá de sus propios atributos, ¿cómo va a valorar los de otra persona? Además, es rencorosa —añadió Maude con firmeza—. Te apartará de Niall tanto como le sea posible.
—Niall no me quiere —dijo Demi con un suspiro— . Nunca lo ha hecho —desdeñó el beso largo y profundo. A fin de cuentas, no había sido más que una lección. Entonces, recordó el extraño beso rápido que le había dado en el todoterreno después del almuerzo con Cash. Seguía sin comprenderlo. Claro que Niall estaba un poco raro últimamente.
—¿Dónde estabas?
—He ido a ver mi toro Hereford muerto —fue la triste respuesta de Demi—. Estoy casi segura de que lo han envenenado, como a nuestro joven Salers. La cerca estaba cortada, como en las otras dos ocasiones.
—¿Y no se lo has contado a Niall? —exclamó Maude.
—Ya sabes que pensará que me lo estoy inventando. Tippy Moore lo ayudará a pensar que era otra táctica para atraer su atención.
—Si Nick te respaldara, no.
—Diría que he reclutado a Nick. No. Esta vez necesito pruebas.
Maude se mordió el labio.
—Niña, esto empieza a ponerse peligroso. No deberías cabalgar sola, aunque lleves un rifle.
—Entre Nick y tú...
—Los dos tenemos razón, y lo sabes.
Demi suspiró despacio.
—Se lo contaré a Cash Grier —dijo por fin—. Es la única persona que me creerá sin reservas.
Maude vaciló.
—Niall es dueño de la mitad del rancho.
—Lo sé, Maude —contestó Demi—. Pero no es más que un toro muerto. Está investigando el asesinato de una mujer embarazada, y ya es bastante duro para él.

Antes de que Niall pudiera volver al rancho para interrogar a Demi, Leo Hart la llamó por teléfono para procurarle cierta información sobre el padre de su toro Salers. Le dijo que el hombre de Victoria que los criaba, Jack Handiey, había despedido a los hermanos Clark y había perdido su toro campeón Salers y cuatro toros jóvenes hijos de aquel en circunstancias misteriosas. Al enterarse de que el toro de Demi había muerto, había encargado que le hicieran la autopsia a uno de sus ejemplares, y habían encontrado veneno. Había hecho averiguaciones y descubierto un patrón de robo de ganado y venganzas de los hermanos Clark que se remontaba a dos años atrás. Al menos, cuatro rancheros habían tenido problemas similares con ellos. Los Clark eran sospechosos de la muerte de los toros de Handiey, pero tenían coartadas. John había estado en Jacobsville visitando a su hermano, y tenían un testigo, un hombre llamado Gouid, que juró que estaban con él en un rodeo cuando tuvieron lugar los envenenamientos. De hecho, Gouid trabajaba para Handiey y tenía fama de vaquero honrado que nunca causaba problemas.
Demi se lo contó a Cash durante una de sus tardes de pesca en el estanque de truchas de las afueras de la ciudad. Era una afición que ambos compartían... y que les procuraba una buena cena, cuando pescaban algo. El estanque permanecía abierto hasta el treinta y uno de octubre, y ya casi lo era. Las tardes eran frescas y soleadas, y agradables en aquella época del año.
—Leo dijo que había intentado contárselo a Niall, pero que este andaba con prisas y no tenía tiempo para escucharlo —dijo mientras estaban sentados con los pies colgando del embarcadero, viendo flotar sus corchos. Cash la miró y enderezó su sedal.
—¿Has tenido algún otro problema?
Demi lo negó con la cabeza.
—Sé que los Clark son los culpables. Solo desearía poder demostrarlo.
—Recibimos un soplo sobre una camioneta negra con una franja roja, como la que Hob Downey vio aparcada cerca de tu alambrada, en relación con el asesinato ocurrido en Victoria. Pero hemos recorrido todos los ranchos de Jacobsville y no encontramos ninguna que se correspondiera con esa descripción. Si era de los Clark, puede que se deshicieran de ella después de que Downey la viera.
El veterinario había confirmado que habían envenenado al toro Hereford. Demi se lo había dicho a Cash, pero no a Niall.
Cash se la quedó mirando un largo rato; después, volvió a posar la mirada en el lago.
—Si envenenaron a tus toros, los atraparemos.
—Deberíamos preguntarle a Hob si ha vuelto a ver esa camioneta negra en alguna parte desde entonces — comentó Demi—. Puede que se haya acordado de algo más.
—¿Has hablado con él sobre el último toro envenenado?
—No —confesó—. El Hereford no estaba en un pasto próximo a su casa. No pudo haber visto nada.
—¿Qué tal si nos pasamos a verlo de regreso al rancho y hablamos con él de todas formas?
Demi sonrió.
—Si atrapamos un par de peces más, podríamos compartirlos con él. Le encanta la trucha a la parrilla. Mi padre y él solían pescar juntos.
—No hablas mucho de tu padre —comentó Cash.
Demi inspiró hondo.         
—Cuando estaba sobrio, era un hombre maravilloso. Pero las cicatrices que me dejó son profundas, física y emocionalmente. A veces, me duele recordar.
Cash se limitó a asentir, pero su semblante lo decía todo.
Media hora después, guardaron las seis truchas en una nevera llena de hielo y se dirigieron a la modesta casa de Hob Downey.
Su vieja camioneta seguía aparcada donde Demi la había visto el día que se había acercado a hablar con él. Frunció el ceño. Solía ir al pueblo a comprar comida al menos una vez por semana. ¡Qué extraño que la hubiese dejado en el mismo sitio! Y también le llamó la atención otro detalle. La puerta principal estaba cerrada, pero la puerta mosquitera se encontraba entreabierta. Hob siempre la tenía cerrada para poder abrir la de madera sin que sus gatos entraran corriendo.
—Qué extraño —murmuró mientras se apeaban de la camioneta de Cash— Nunca deja la puerta mosquitera abierta...
Antes de que terminara la frase, Cash, que la precedía, probó a abrir la puerta de madera, y esta cedió. Se detuvo en seco y se puso rígido.
—¿Qué pasa? —preguntó Demi.
—Será mejor que esperes aquí.
Demi resopló
—No soy una nena —murmuró, y lo siguió al interior de la casa.
Percibió un olor, un olor dulce y nauseabundo. Era desconocido para ella, y apenas le dio importancia mientras se adentraba en el salón, donde se encontraba Cash.
La escena que la aguardaba era tan horrenda que se le revolvió el estómago. Se dio la vuelta y salió corriendo al porche. Echó el desayuno y el almuerzo, y se quedó inclinada sobre la barandilla, como una muñeca de trapo, mientras las lágrimas de conmoción, indignación y dolor bañaban su pálido rostro.
Oyó vagamente cómo Cash llamaba a una ambulancia, al forense, a la policía científica. También lo oyó telefonear a la sede de los Rangers de Victoria.
Cash la bajó del porche y la condujo a su camioneta. Abrió la puerta del pasajero y la sentó. Segundos más tarde, le pasó una petaca de plata.
—No lo huelas, no pienses lo que es. Limítate a beber —dijo con firmeza, y se la acercó a los labios.
Demi tomó un sorbo largo, se atragantó, y lloró un poco más.
Cash acercó su cabeza rubia a su pecho y le acarició el pelo mientras murmuraba palabras que ella ni siquiera oía.
Llegó la ambulancia, seguida por un ayudante del sheriff. El forense apareció cinco minutos después. Señalizaron el jardín con cinta amarilla.
—¿Por qué hacen eso? —le preguntó Demi a Cash;
—Porque, hasta que no hagan la autopsia, no podrán determinar la causa de la muerte —dijo en voz baja—. Podría haber sufrido un infarto o una apoplejía, pero también podría haber sido un homicidio. Había una barra de metal junto al cuerpo, y el hueso hioides de la garganta estaba roto —añadió, con precisión profesional—. Buscarán huellas dactilares por la casa y recogerán todas las pistas que encuentren, desde huellas de manos y pies hasta filamentos en su ropa.
Demi se lo quedó mirando.
—¿Quién iba a querer matar al pobre Hob? —exclamó.
Cash le dio la mano.
—Vio una camioneta y a dos hombres sospechosos junto a tu cerca.
—¡Pero si no era más que una alambrada cortada, ni siquiera robaron nada! —exclamó—. Hob no habría podido demostrar quiénes eran y, aunque hubiese podido, no estaban matando a nadie.
Cash no dijo nada. Tenía la mirada clavada en la casa en la que se concentraba toda la actividad. Pasado un minuto, dejó a Demi en la camioneta y fue a hablar con el forense.

Minutos después, Niall se presentó en su todoterreno, seguido de una furgoneta de la policía científica.
Cash fue a su encuentro. Niall lanzó una mirada a la camioneta en la que Demi estaba sentada y vaciló, pero Cash le indicó que subiera al porche. Entraron en la casa con los demás agentes y policías, y tardaron varios minutos en salir.
Demi había tomado tres largos sorbos de coñac de la petaca de Cash. El alcohol la había serenado, pero dudaba que pudiera volver a cerrar los ojos y no ver lo que había quedado del pobre Hob Downey. Era evidente que llevaba muerto varios días, a juzgar por el estado de descomposición del cuerpo. Apenas lo reconocía.
—Demi.
Oyó la voz grave de Niall como si le llegara a través de la niebla. Niall le levantó el rostro y la observó con mirada de preocupación.
—Es la conmoción —le dijo Cash en tono lúgubre—. Nunca ha visto nada parecido. Voy a llevarla al hospital para que le hagan un chequeo.
—Ni hablar —dijo Demi con voz ronca—. Estoy bien.
Niall hizo una mueca.
—No tendrías que haber visto eso —dijo con aspereza, y miró a Cash con enojo.
—Intentó detenerme —lo defendió Demi—, pero no le hice caso —se puso en pie, con cierta vacilación, y le pasó a Cash la petaca. Inspiró de forma entrecortada.
—¿Qué hay ahí? —le preguntó Niall a Cash, señalando la petaca.
—Zumo de naranja —dijo Demi con firmeza—. No puede ser coñac, porque soy menor de edad, y Cash nunca quebrantaría la ley por mí.
Niall sabía que Cash la había quebrantado, pero las circunstancias eran extremas. No era el momento de ser puntilloso.
—Está bien. Cash, llévala a casa. Yo no puedo irme hasta que la policía científica no haya terminado su trabajo —parecía molestarlo que tuviera que dejarla ir con Cash. Demi se lo quedó mirando.
—Es un homicidio, ¿verdad? —preguntó en voz baja—. ¡Crees que alguien lo ha matado!
Niall entornó los ojos.
—Intento verificar todas las posibilidades —intercambió una mirada con Cash—. En cuanto se pierden las pruebas, no pueden recuperarse. Sácala de aquí, Cash.
Demi empezó a replicar, y Cash vaciló. Niall rodeó a Cash, la levantó con suavidad y volvió a sentarla en el coche. Le abrochó el cinturón de seguridad. Demi podía sentir el calor de su sólido cuerpo. Se sentía a salvo. Quería abrazarlo con fuerza. Entonces, se acordó del anillo que Niall le había comprado a Tippy. A ella nunca le había regalado nada tan personal. Su suspiro fue audible.
Niall vio la expresión de su rostro y frunció el ceño con curiosidad. La sujetaba de los brazos con firmeza.
—Tú quédate con Maude hasta que llegue, pequeña —dijo con tanta ternura que Demi sintió deseos de llorar—. No salgas de casa, y procura no pensar en lo que has visto.
Sintió el dolor en el fondo de su alma.
—Tú tienes que ver cosas así todos los días, ¿verdad? —preguntó. Niall asintió despacio. Demi le puso la mano en los labios y los presionó con suavidad—. Lo siento mucho —susurró. Le falló la voz y se mordió el labio inferior para serenarse.
Niall inspiró hondo.
—Y yo —acercó la palma de Demi a los labios y se la besó con avidez—. Me habría cortado el brazo con tal de impedir que vieras eso—masculló.
—No pasa nada —dijo Demi con voz ronca, y logró sonreír—. Puedo superarlo. Tú ocúpate de encontrar al que lo hizo, ¿vale?
Niall inspiró hondo. Demi tenía agallas. Sonrió.
—Eres dura de pelar, Demi Lovato —murmuró—. Está bien, tigre. Atraparemos al asesino. ¡Tú vete a casa!
Se dio la vuelta sin añadir nada más y regresó al porche.
Cash se sentó detrás del volante y le lanzó una rápida mirada a Demi mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.
—Eres valiente, Demi Lovato —dijo con orgullo—. Cualquier otra mujer habría chillado o se habría desmayado. Tú solo vaciaste el estómago.
Demi logró sonreír débilmente.
—Apuesto a que tú nunca has vomitado.
—Perderías —arrancó, y salió a la carretera—. El primer homicidio que investigué como policía novato tuvo lugar en una casa cerrada, en pleno verano. Había tres víctimas, dos homicidios y un suicidio, y llevaban allí una semana. Me desmayé —le dirigió una sonrisa afectuosa—. No te imaginas lo que fue volver al trabajo al día siguiente.
—Sí que me lo imagino. Sé por Niall que los policías tienen un curioso sentido del humor.
—Cierto —rio Cash—. Encontré una ardilla muerta en mi taquilla, otra en el maletero de mi coche patrulla, otra colgada del pomo de la puerta de mi apartamento cuando volví a casa. No hace falta decir que no volví a mostrar mi debilidad.
—Yo tampoco lo haré —repuso Demi con firmeza, abrazándose—. La primera vez siempre es la más difícil en cualquier cosa, ¿verdad?
—Sí —Cash la miró—. Pero se puede soportar. Se pueden soportar muchas cosas. Solo hay que acostumbrarse.                   
Demi apoyó la cabeza en el respaldo.
—Crees que han matado a Hob, ¿verdad, Cash?
Este guardó silencio durante un minuto.
—Ahora mismo, no creo nada. Como ha dicho Niall, hay que analizar todas las posibilidades, por si acaso — la miró—. Pero, de momento, no cabalgues sola, aunque vayas armada.
Demi asintió, pero no lo miró a los ojos. Niall la habría obligado a prometérselo. Cash no la conocía lo bastante bien.
—¿Te sientes mejor?
—Sí. Estaba pensando en vuestro trabajo —mintió—. ¿Cómo podéis ver cosas así, día tras día, año tras año?
—Son gajes del oficio. Intentas pensar en la víctima, no en tu reacción cuando la ves. Y en atrapar al homicida y meterlo entre rejas, para que no vuelva a matar. Con suerte, no hay que ver escenas como esa muy a menudo —suspiró—. Pero algunos policías no lo superan, sobre todo, los que se niegan a reconocer que los afecta. Creen que ni siquiera tendrían que sentir náuseas. Muchos dejan el trabajo. Otros se convierten en alcohólicos o suicidas.
Demi asintió. Niall le había hablado de todo aquello. Miró aCash.
—Tú no bebes.
—De vez en cuando —dijo, encogiéndose de hombros—. Nunca lo bastante para perder el control.—Niall tampoco.
Cash sonrió despacio.
—Niall es uno de los cabezotas que no quieren reconocer debilidad. Nunca ha matado a un hombre. De hecho, dudo que haya tenido que disparar a alguien en su vida.
—Disparó a un hombre a la pierna cuando este intentaba acuchillar a otro agente, cuando trabajaba en el cuerpo de policía de Jacobsville. El hombre sobrevivió y ni siquiera se quedó cojo.
—Entonces, Niall tuvo suerte.
Demi se quedó contemplando el semblante duro de Cash.
—Tú has matado a hombres.
Todo su cuerpo se puso rígido. No la miró. Demi quería decir algo más, una palabra de consuelo, pero Cash parecía haberse petrificado. Se movió con incomodidad, avergonzada por haber dicho algo tan personal. Volvió la cabeza hacia la ventanilla.
—Hob no tiene familia.
—El condado asumirá los gastos del funeral, estoy seguro —dijo, transcurrido un minuto—. Al menos, tendrá un entierro decente.
—Pobre hombre. No tenía nada. ¿De verdad crees que alguien sería capaz de matarlo solo porque vio cortar una cerca?
—No lo sé. En cualquier caso, al menos, murió deprisa. No sufrió.
Demi suspiró.
—Eso espero. De verdad.

Niall se pasó por el rancho de regreso a Victoria. Demi estaba en la cocina, con Maude, sonriendo y ayudándola a hacer pan y tartas.
—Estoy bien —le aseguró—. No hace falta que te preocupes por mí.
Niall vaciló, observando su rostro con ojos entornados. Seguía un poco pálida.
—¿Cuándo viste a Hob por última vez?
—Hará cosa de una semana —dijo, y recordó por qué no podía contarle su conversación con Hob.
—¿Se encontraba bien? .
—Como siempre —dijo, y lanzó una mirada asesina a Maude, que estaba a punto de decir algo—. Hasta le dije a Maude que lo noté mejor que nunca, ¿verdad, Maude? —añadió con énfasis. La mujer hizo una mueca.
—Sí. Pobre viejo. Era un buen hombre.
—Si estás bien, volveré al trabajo —le dijo a Demi—. Todavía se te ve afectada.           
Demi logró sonreír para él.
—Una cosa así afectaría a cualquiera.
—Seguramente. No te alejes de la casa durante un tiempo. Deja que Nick y los chicos se encarguen de los pastos.
—Lo que tú digas, Niall —accedió de buen grado.
Niall la miró con intensidad.
—Hablo en serio —entornó los ojos—. Prométemelo—añadió con deliberación.
Demi se quedó pensativa un minuto.
—Prometo no alejarme de la casa.
—Está bien.
La miró por última vez, se despidió de Maude con una inclinación de cabeza y salió por la puerta de atrás.
—Mentirosa —gruñó Maude.
—Algunas cercas están cerca de la casa —replicó—. Además, tendré que ayudar a Nick y a los chicos a revisarlas. Tenemos poco personal desde que Larry se fue, y Bobby solo trabaja a tiempo parcial. Se lo diré a Cash —prometió.
—Si Niall se entera... —gimió Maude.

Dos días después, Demi cabalgó hacia el pasto en el que habían dejado uno de los cuatro toros Hereford que les quedaban. Los habían separado, confiando en prevenir otro posible envenenamiento. Llevaba un rifle prestado, y el móvil de Cash en una funda del cinturón.
Cash la había obligado a usarlo, y le había encargado a Nick que no se apartara de ella. Pero Nick no podía controlarla más de lo que podía Cash y, en aquella ocasión, Demi estuvo a punto de pagarlo caro.
Justo cuando pasaba de largo un enorme roble cercano a la alambrada, un hombre le salió al paso.
Demi tenía reflejos. Cuando el hombre la interceptó, ella ya había sacado el rifle de la vaina y lo había amartillado. No apuntaba al recién llegado, pero lo tenía apoyado en las piernas y le decía con los ojos que dispararía a la menor provocación.
—¿Vas a dispararme, jefa? —dijo Jack Clark con ojos entornados, mirándola desde el camino de tierra.
—En cuanto des un paso hacia mí —asintió sin pestañear.
—Te he visto venir desde la carretera —dijo, y señaló la vía que se encontraba a solo unos cientos de metros—. Quiero que dejes de difundir rumores sobre mí en Jacobsville —añadió con frialdad—. No te he robado nada. Me compré unas botas porque me rompí las mías cuando estaba haciendo fardos con ese viejo tractor vuestro. ¡Me debíais esas botas!
—Y si nos las hubieras pedido, te habríamos dado otras —replicó, asustada y asqueada, pero decidida a disimularlo. Sujetó con fuerza el rifle—. No lo hiciste. Compraste las botas más caras que encontraste y las cargaste a la cuenta del rancho.
—No es razón para despedir a un hombre sin haberlo escuchado antes.
La mirada de Jack Clark le helaba la sangre. Era la misma mirada que le había dirigido durante el breve espacio de tiempo que había estado trabajando en el rancho. Le gustaban las mujeres, pero ninguna le presta- ría la menor atención. Tenía los dientes podridos y una actitud desagradable... por no hablar de la vulgaridad con que hablaba a una mujer. Era un tipo feo, con rasgos afilados y poco pelo, delgado y de aspecto repugnante. Siempre llevaba la ropa arrugada y el pelo sucio. Era la persona más repulsiva que Demi había visto nunca. Llevaba una camisa de franela de pútridos tonos negros, amarillos y verdes que resultaba casi tan asquerosa como él.
—Ya dijiste lo que querías —dijo Demi con rotundidad—. Elevó el arma, pulsó la tecla del móvil que tenía grabado el número de Cash y se lo quedó mirando con fría deliberación—. Has traspasado los límites de mi propiedad. Quiero que te vayas ahora mismo. Acabo de marcar el número del subjefe de policía. Solo tengo que pulsar un botón y sabrá dónde estoy y por qué lo llamo.
Clark vaciló; medía la distancia que los separaba. Sabía que, aunque ella marcara el número, no responderían al momento. Cerró los puños a los costados y desplegó una sonrisa calculadora. Dio un paso rápido al frente.
En aquella fracción de segundo, Demi apoyó el rifle en el hombro y apuntó.
—No tiene echado el seguro —dijo con calma—. Tú decides.
Clark se detuvo en seco cuando ella levantó el rifle; Volvió a vacilar, como si estuviera midiendo la distancia por segunda vez y sopesando con qué rapidez podría disparar. Pero le bastó mirarla a los ojos para saber que Demi apretaría el gatillo si daba un paso más. Su actitud amenazadora cambió.
—No es justo que intentes disparar a un hombre porque te haya hecho una pregunta civilizada —dijo con furia.
—Empieza a cansárseme el brazo —replicó Demi.
Clark maldijo; fue una palabra vulgar acompañada de la mueca lasciva más asquerosa que Demi había oído nunca.
—De todas formas, no merece la pena. Eres más chico que chica, aunque seas rubia. Prefiero algo bonito.
—¡Tendrías suerte! —masculló Demi.
—Una vez tuve a una mujer rubia y bonita —le espetó, y se sonrojó. Giró sobre sus talones y regresó por la zona arbolada hacia la carretera—. ¡Me las pagarás, zorra! —le gritó—. Lamentarás haber abierto la boca.
A Demi le temblaban las manos cuando echó el seguro al rifle. Oyó el ruido de un motor y avistó una camioneta destartalada de color marrón. Clark pasó de largo la senda por la que ella cabalgaba, haciendo sonar el claxon con actitud beligerante mientras se alejaba. Desde luego, no era una camioneta negra con una franja roja.
Exhaló el aliento que había estado conteniendo. Guardó el rifle y regresó a la casa. No la sorprendió que el corazón le estuviera resonando en su pecho como un tambor.
Quería pedirle consejo a Maude. Habían sido unos minutos aterradores, y no sabía qué hacer.
Pero Maude no estaba en casa cuando volvió. Se preparó una taza de café y decidió que, en aquella ocasión, no podía afrontar el problema ella sola. Se sacó el móvil de Cash de la funda, marcó el número de su despacho y esperó a que alguien contestara.
Contestó él mismo.
—Cash, ¿podrías venir al rancho unos minutos? —le pidió con voz tétrica.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Cash enseguida.
—Sí. Jack Clark ha estado aquí. Tuve que amenazarlo con el rifle.
Notó que Cash vacilaba.
—Lo sé —dijo pasado un minuto—. Está aquí, en mi despacho, formulando una denuncia. Dice que le apuntaste con un rifle sin previa provocación. Quiere que te detenga.

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