Cuando Demi volvió
a casa, desensilló a su montura y devolvió el rifle al vaquero que se lo había
prestado, Niall y Tippy ya se habían ido.
Maude estaba en la
cocina, refunfuñando por el desorden de materiales de rodaje con los que tenía
que trabajar. Cuando Demi entró, la encontró ante la pila.
—Te estabas
escondiendo, ¿eh? Ojalá hubieras tenido la amabilidad de llevarme contigo, en
lugar de dejarme aquí.
—¿Tan terrible ha
sido?
—¿Terrible? —la
mujer hundió una sartén sucia en el agua jabonosa—. Te arrolló como un tanque.
Ha convencido a Niall de que estás enfurruñada porque le está prestando mucha
atención a ella. Cree que eres muy inmadura.
—Y yo creo que ella
es un incordio —replicó Demi con aspereza. Se quitó el sombrero antes de
repantigarse en una silla, ante la mesa—. Niall le ha comprado un anillo de
esmeralda. Si no lo vi mal, también tiene varios diamantes.
Maude frunció el
ceño.
—¿Que Niall le ha
comprado un anillo? ¿Con qué dinero?
—exclamó—. No tiene tanto.
—Seguramente, con
sus ahorros —dijo Demi con aflicción—. Y ¿qué puedo decir? No es justo que
tenga que gastar hasta el último centavo que gana en mantener en pie este
rancho.
—Pequeña... —dijo
Maude, haciendo una mueca—. Lo siento mucho. Me había fijado en el anillo, pero
no sabía... ¿Estás segura de que se lo ha comprado Niall?
—Ella dijo que sí.
No voy a preguntárselo a Niall, si es eso lo que sugieres. Ya me ha mirado mal porque
quiero que Cash me enseñe a usar una pistola.
Maude vaciló.
—Cash no le cae
bien.
—Dice que hay cosas
del pasado de Cash que no puede contarme —corroboró Demi—. Pero no estoy
pensando en casarme con él. Es mi amigo.
—Yo creo que él
querría ser algo más.
Demi sonrió con
tristeza.
—Estoy casada.
Claro que soy la única a la que le importa.
—Tippy Moore no lo
sabe.
—¿Y de qué serviría
que lo supiera? —conjeturó Demi—. Las mujeres como ella no ven obstáculos en su
camino. Puede tener al hombre que se le antoje; me lo dijo ella misma —añadió
con una sonrisa burlona.
—A Cash Grier, no
—replicó Maude.
Demi rio, pero sin
ganas.
—Menos mal que hay
un hombre que no se deja cautivar por esa sonrisa venenosa.
Maude miró a la
joven con preocupación.
—Los hombres siempre
quieren ver algo hermoso pero ¿cuántos querrían casarse con un rostro codiciado
por muchos otros? ¿Cómo podría estar seguro de que le sería fiel?
—Si ella lo
quisiera, lo sería.
Maude resopló.
—Le encantan las
baratijas, y no ve más allá de sus propios atributos, ¿cómo va a valorar los de
otra persona? Además, es rencorosa —añadió Maude con firmeza—. Te apartará de Niall
tanto como le sea posible.
—Niall no me quiere
—dijo Demi con un suspiro— . Nunca lo ha hecho —desdeñó el beso largo y
profundo. A fin de cuentas, no había sido más que una lección. Entonces,
recordó el extraño beso rápido que le había dado en el todoterreno después del
almuerzo con Cash. Seguía sin comprenderlo. Claro que Niall estaba un poco raro
últimamente.
—¿Dónde estabas?
—He ido a ver mi
toro Hereford muerto —fue la triste respuesta de Demi—. Estoy casi segura de
que lo han envenenado, como a nuestro joven Salers. La cerca estaba cortada,
como en las otras dos ocasiones.
—¿Y no se lo has
contado a Niall? —exclamó Maude.
—Ya sabes que
pensará que me lo estoy inventando. Tippy Moore lo ayudará a pensar que era
otra táctica para atraer su atención.
—Si Nick te
respaldara, no.
—Diría que he
reclutado a Nick. No. Esta vez necesito pruebas.
Maude se mordió el
labio.
—Niña, esto empieza
a ponerse peligroso. No deberías cabalgar sola, aunque lleves un rifle.
—Entre Nick y tú...
—Los dos tenemos
razón, y lo sabes.
Demi suspiró
despacio.
—Se lo contaré a
Cash Grier —dijo por fin—. Es la única persona que me creerá sin reservas.
Maude vaciló.
—Niall es dueño de
la mitad del rancho.
—Lo sé, Maude
—contestó Demi—. Pero no es más que un toro muerto. Está investigando el
asesinato de una mujer embarazada, y ya es bastante duro para él.
Antes de que Niall
pudiera volver al rancho para interrogar a Demi, Leo Hart la llamó por teléfono
para procurarle cierta información sobre el padre de su toro Salers. Le dijo
que el hombre de Victoria que los criaba, Jack Handiey, había despedido a los
hermanos Clark y había perdido su toro campeón Salers y cuatro toros jóvenes
hijos de aquel en circunstancias misteriosas. Al enterarse de que el toro de Demi
había muerto, había encargado que le hicieran la autopsia a uno de sus
ejemplares, y habían encontrado veneno. Había hecho averiguaciones y
descubierto un patrón de robo de ganado y venganzas de los hermanos Clark que
se remontaba a dos años atrás. Al menos, cuatro rancheros habían tenido
problemas similares con ellos. Los Clark eran sospechosos de la muerte de los
toros de Handiey, pero tenían coartadas. John había estado en Jacobsville
visitando a su hermano, y tenían un testigo, un hombre llamado Gouid, que juró
que estaban con él en un rodeo cuando tuvieron lugar los envenenamientos. De
hecho, Gouid trabajaba para Handiey y tenía fama de vaquero honrado que nunca
causaba problemas.
Demi se lo contó a
Cash durante una de sus tardes de pesca en el estanque de truchas de las
afueras de la ciudad. Era una afición que ambos compartían... y que les
procuraba una buena cena, cuando pescaban algo. El estanque permanecía abierto
hasta el treinta y uno de octubre, y ya casi lo era. Las tardes eran frescas y
soleadas, y agradables en aquella época del año.
—Leo dijo que había
intentado contárselo a Niall, pero que este andaba con prisas y no tenía tiempo
para escucharlo —dijo mientras estaban sentados con los pies colgando del
embarcadero, viendo flotar sus corchos. Cash la miró y enderezó su sedal.
—¿Has tenido algún
otro problema?
Demi lo negó con la
cabeza.
—Sé que los Clark
son los culpables. Solo desearía poder demostrarlo.
—Recibimos un soplo
sobre una camioneta negra con una franja roja, como la que Hob Downey vio
aparcada cerca de tu alambrada, en relación con el asesinato ocurrido en
Victoria. Pero hemos recorrido todos los ranchos de Jacobsville y no encontramos
ninguna que se correspondiera con esa descripción. Si era de los Clark, puede
que se deshicieran de ella después de que Downey la viera.
El veterinario
había confirmado que habían envenenado al toro Hereford. Demi se lo había dicho
a Cash, pero no a Niall.
Cash se la quedó
mirando un largo rato; después, volvió a posar la mirada en el lago.
—Si envenenaron a
tus toros, los atraparemos.
—Deberíamos
preguntarle a Hob si ha vuelto a ver esa camioneta negra en alguna parte desde
entonces — comentó Demi—. Puede que se haya acordado de algo más.
—¿Has hablado con
él sobre el último toro envenenado?
—No —confesó—. El
Hereford no estaba en un pasto próximo a su casa. No pudo haber visto nada.
—¿Qué tal si nos
pasamos a verlo de regreso al rancho y hablamos con él de todas formas?
Demi sonrió.
—Si atrapamos un
par de peces más, podríamos compartirlos con él. Le encanta la trucha a la
parrilla. Mi padre y él solían pescar juntos.
—No hablas mucho de
tu padre —comentó Cash.
Demi inspiró
hondo.
—Cuando estaba
sobrio, era un hombre maravilloso. Pero las cicatrices que me dejó son
profundas, física y emocionalmente. A veces, me duele recordar.
Cash se limitó a
asentir, pero su semblante lo
decía todo.
Media hora después,
guardaron las seis truchas en una nevera llena de hielo y se dirigieron a la
modesta casa de Hob Downey.
Su vieja camioneta
seguía aparcada donde Demi la había visto el día que se había acercado a hablar
con él. Frunció el ceño. Solía ir al pueblo a comprar comida al menos una vez
por semana. ¡Qué extraño que la hubiese dejado en el mismo sitio! Y también le
llamó la atención otro detalle. La puerta principal estaba cerrada, pero la
puerta mosquitera se encontraba entreabierta. Hob siempre la tenía cerrada para
poder abrir la de madera sin que sus gatos entraran corriendo.
—Qué extraño
—murmuró mientras se apeaban de la camioneta de Cash— Nunca deja la puerta
mosquitera abierta...
Antes de que
terminara la frase, Cash, que la precedía, probó a abrir la puerta de madera, y
esta cedió. Se detuvo en seco y se puso rígido.
—¿Qué pasa?
—preguntó Demi.
—Será mejor que
esperes aquí.
Demi resopló
—No soy una nena
—murmuró, y lo siguió al interior de la casa.
Percibió un olor,
un olor dulce y nauseabundo. Era desconocido para ella, y apenas le dio importancia
mientras se adentraba en el salón, donde se encontraba Cash.
La escena que la
aguardaba era tan horrenda que se le revolvió el estómago. Se dio la vuelta y
salió corriendo al porche. Echó el desayuno y el almuerzo, y se quedó inclinada
sobre la barandilla, como una muñeca de trapo, mientras las lágrimas de
conmoción, indignación y dolor bañaban su pálido rostro.
Oyó vagamente cómo
Cash llamaba a una ambulancia, al forense, a la policía científica. También lo
oyó telefonear a la sede de los Rangers de Victoria.
Cash la bajó del
porche y la condujo a su camioneta. Abrió la puerta del pasajero y la sentó.
Segundos más tarde, le pasó una petaca de plata.
—No lo huelas, no
pienses lo que es. Limítate a beber —dijo con firmeza, y se la acercó a los
labios.
Demi tomó un sorbo
largo, se atragantó, y lloró un poco más.
Cash acercó su
cabeza rubia a su pecho y le acarició el pelo mientras murmuraba palabras que
ella ni siquiera oía.
Llegó la
ambulancia, seguida por un ayudante del sheriff. El forense apareció cinco
minutos después. Señalizaron el jardín con cinta amarilla.
—¿Por qué hacen
eso? —le preguntó Demi a Cash;
—Porque, hasta que
no hagan la autopsia, no podrán determinar la causa de la muerte —dijo en voz
baja—. Podría haber sufrido un infarto o una apoplejía, pero también podría
haber sido un homicidio. Había una barra de metal junto al cuerpo, y el hueso
hioides de la garganta estaba roto —añadió, con precisión profesional—.
Buscarán huellas dactilares por la casa y recogerán todas las pistas que encuentren,
desde huellas de manos y pies hasta filamentos en su ropa.
Demi se lo quedó
mirando.
—¿Quién iba a
querer matar al pobre Hob? —exclamó.
Cash le dio la
mano.
—Vio una camioneta
y a dos hombres sospechosos junto a tu cerca.
—¡Pero si no era
más que una alambrada cortada, ni siquiera robaron nada! —exclamó—. Hob no
habría podido demostrar quiénes eran y, aunque hubiese podido, no estaban
matando a nadie.
Cash no dijo nada.
Tenía la mirada clavada en la casa en la que se concentraba toda la actividad. Pasado
un minuto, dejó a Demi en la camioneta y fue a hablar con el forense.
Minutos después, Niall
se presentó en su todoterreno, seguido de una furgoneta de la policía
científica.
Cash fue a su
encuentro. Niall lanzó una mirada a la camioneta en la que Demi estaba sentada
y vaciló, pero Cash le indicó que subiera al porche. Entraron en la casa con
los demás agentes y policías, y tardaron varios minutos en salir.
Demi había tomado
tres largos sorbos de coñac de la petaca de Cash. El alcohol la había serenado,
pero dudaba que pudiera volver a cerrar los ojos y no ver lo que había quedado
del pobre Hob Downey. Era evidente que llevaba muerto varios días, a juzgar por
el estado de descomposición del cuerpo. Apenas lo reconocía.
—Demi.
Oyó la voz grave de
Niall como si le llegara a través de la niebla. Niall le levantó el rostro y la
observó con mirada de preocupación.
—Es la conmoción
—le dijo Cash en tono lúgubre—. Nunca ha visto nada parecido. Voy a llevarla al
hospital para que le hagan un chequeo.
—Ni hablar —dijo Demi
con voz ronca—. Estoy bien.
Niall hizo una
mueca.
—No tendrías que
haber visto eso —dijo con aspereza, y miró a Cash con enojo.
—Intentó detenerme
—lo defendió Demi—, pero no le hice caso —se puso en pie, con cierta
vacilación, y le pasó a Cash la petaca. Inspiró de forma entrecortada.
—¿Qué hay ahí? —le
preguntó Niall a Cash, señalando la petaca.
—Zumo de naranja
—dijo Demi con firmeza—. No puede ser coñac, porque soy menor de edad, y Cash
nunca quebrantaría la ley por mí.
Niall sabía que Cash
la había quebrantado, pero las circunstancias eran extremas. No era el momento
de ser puntilloso.
—Está bien. Cash,
llévala a casa. Yo no puedo irme hasta que la policía científica no haya
terminado su trabajo —parecía molestarlo que tuviera que dejarla ir con Cash. Demi
se lo quedó mirando.
—Es un homicidio,
¿verdad? —preguntó en voz baja—. ¡Crees que alguien lo ha matado!
Niall entornó los
ojos.
—Intento verificar
todas las posibilidades —intercambió una mirada con Cash—. En cuanto se pierden
las pruebas, no pueden recuperarse. Sácala de aquí, Cash.
Demi empezó a
replicar, y Cash vaciló. Niall rodeó a Cash, la levantó con suavidad y volvió a
sentarla en el coche. Le abrochó el cinturón de seguridad. Demi podía sentir el
calor de su sólido cuerpo. Se sentía a salvo. Quería abrazarlo con fuerza.
Entonces, se acordó del anillo que Niall le había comprado a Tippy. A ella
nunca le había regalado nada tan personal. Su suspiro fue audible.
Niall vio la
expresión de su rostro y frunció el ceño con curiosidad. La sujetaba de los
brazos con firmeza.
—Tú quédate con
Maude hasta que llegue, pequeña —dijo con tanta ternura que Demi sintió deseos
de llorar—. No salgas de casa, y procura no pensar en lo que has visto.
Sintió el dolor en
el fondo de su alma.
—Tú tienes que ver
cosas así todos los días, ¿verdad? —preguntó. Niall asintió despacio. Demi le
puso la mano en los labios y los presionó con suavidad—. Lo siento mucho
—susurró. Le falló la voz y se mordió el labio inferior para serenarse.
Niall inspiró
hondo.
—Y yo —acercó la
palma de Demi a los labios y se la besó con avidez—. Me habría cortado el brazo
con tal de impedir que vieras eso—masculló.
—No pasa nada —dijo
Demi con voz ronca, y logró sonreír—. Puedo superarlo. Tú ocúpate de encontrar
al que lo hizo, ¿vale?
Niall inspiró
hondo. Demi tenía agallas. Sonrió.
—Eres dura de
pelar, Demi Lovato —murmuró—. Está bien, tigre. Atraparemos al asesino. ¡Tú
vete a casa!
Se dio la vuelta
sin añadir nada más y regresó al porche.
Cash se sentó
detrás del volante y le lanzó una rápida mirada a Demi mientras se abrochaba el
cinturón de seguridad.
—Eres valiente, Demi
Lovato —dijo con orgullo—. Cualquier otra mujer habría chillado o se habría
desmayado. Tú solo vaciaste el estómago.
Demi logró sonreír
débilmente.
—Apuesto a que tú
nunca has vomitado.
—Perderías
—arrancó, y salió a la carretera—. El primer homicidio que investigué como
policía novato tuvo lugar en una casa cerrada, en pleno verano. Había tres
víctimas, dos homicidios y un suicidio, y llevaban allí una semana. Me desmayé
—le dirigió una sonrisa afectuosa—. No te imaginas lo que fue volver al trabajo
al día siguiente.
—Sí que me lo
imagino. Sé por Niall que los policías tienen un curioso sentido del humor.
—Cierto —rio Cash—.
Encontré una ardilla muerta en mi taquilla, otra en el maletero de mi coche
patrulla, otra colgada del pomo de la puerta de mi apartamento cuando volví a
casa. No hace falta decir que no volví a mostrar mi debilidad.
—Yo tampoco lo haré
—repuso Demi con firmeza, abrazándose—. La primera vez siempre es la más
difícil en cualquier cosa, ¿verdad?
—Sí —Cash la miró—.
Pero se puede soportar. Se pueden soportar muchas cosas. Solo hay que
acostumbrarse.
Demi apoyó la
cabeza en el respaldo.
—Crees que han
matado a Hob, ¿verdad, Cash?
Este guardó
silencio durante un minuto.
—Ahora mismo, no
creo nada. Como ha dicho Niall, hay que analizar todas las posibilidades, por
si acaso — la miró—. Pero, de momento, no cabalgues sola, aunque vayas armada.
Demi asintió, pero
no lo miró a los ojos. Niall la habría obligado a prometérselo. Cash no la
conocía lo bastante bien.
—¿Te sientes mejor?
—Sí. Estaba
pensando en vuestro trabajo —mintió—. ¿Cómo podéis ver cosas así, día tras día,
año tras año?
—Son gajes del
oficio. Intentas pensar en la víctima, no en tu reacción cuando la ves. Y en
atrapar al homicida y meterlo entre rejas, para que no vuelva a matar. Con
suerte, no hay que ver escenas como esa muy a menudo —suspiró—. Pero algunos
policías no lo superan, sobre todo, los que se niegan a reconocer que los
afecta. Creen que ni siquiera tendrían que sentir náuseas. Muchos dejan el
trabajo. Otros se convierten en alcohólicos o suicidas.
Demi asintió. Niall le había hablado de todo aquello.
Miró aCash.
—Tú no bebes.
—De vez en cuando
—dijo, encogiéndose de hombros—. Nunca lo bastante para perder el control.—Niall
tampoco.
Cash sonrió
despacio.
—Niall es uno de
los cabezotas que no quieren reconocer debilidad. Nunca ha matado a un hombre.
De hecho, dudo que haya tenido que disparar a alguien en su vida.
—Disparó a un
hombre a la pierna cuando este intentaba acuchillar a otro agente, cuando
trabajaba en el cuerpo de policía de Jacobsville. El hombre sobrevivió y ni
siquiera se quedó cojo.
—Entonces, Niall
tuvo suerte.
Demi se quedó
contemplando el semblante duro de Cash.
—Tú has matado a
hombres.
Todo su cuerpo se
puso rígido. No la miró. Demi quería decir algo más, una palabra de consuelo,
pero Cash parecía haberse petrificado. Se movió con incomodidad, avergonzada
por haber dicho algo tan personal. Volvió la cabeza hacia la ventanilla.
—Hob no tiene
familia.
—El condado asumirá
los gastos del funeral, estoy seguro —dijo, transcurrido un minuto—. Al menos,
tendrá un entierro decente.
—Pobre hombre. No
tenía nada. ¿De verdad crees que alguien sería capaz de matarlo solo porque vio
cortar una cerca?
—No lo sé. En
cualquier caso, al menos, murió deprisa. No sufrió.
Demi suspiró.
—Eso espero. De
verdad.
Niall se pasó por
el rancho de regreso a Victoria. Demi estaba en la cocina, con Maude, sonriendo
y ayudándola a hacer pan y tartas.
—Estoy bien —le
aseguró—. No hace falta que te preocupes por mí.
Niall vaciló,
observando su rostro con ojos entornados. Seguía un poco pálida.
—¿Cuándo viste a
Hob por última vez?
—Hará cosa de una
semana —dijo, y recordó por qué no podía contarle su conversación con Hob.
—¿Se encontraba
bien? .
—Como siempre
—dijo, y lanzó una mirada asesina a Maude, que estaba a punto de decir algo—.
Hasta le dije a Maude que lo noté mejor que nunca, ¿verdad, Maude? —añadió con
énfasis. La mujer hizo una mueca.
—Sí. Pobre viejo.
Era un buen hombre.
—Si estás bien,
volveré al trabajo —le dijo a Demi—. Todavía se te ve afectada.
Demi logró sonreír
para él.
—Una cosa así
afectaría a cualquiera.
—Seguramente. No te
alejes de la casa durante un tiempo. Deja que Nick y los chicos se encarguen de
los pastos.
—Lo que tú digas, Niall
—accedió de buen grado.
Niall la miró con
intensidad.
—Hablo en serio
—entornó los ojos—. Prométemelo—añadió con deliberación.
Demi se quedó
pensativa un minuto.
—Prometo no
alejarme de la casa.
—Está bien.
La miró por última
vez, se despidió de Maude con una inclinación de cabeza y salió por la puerta
de atrás.
—Mentirosa —gruñó
Maude.
—Algunas cercas
están cerca de la casa —replicó—. Además, tendré que ayudar a Nick y a los
chicos a revisarlas. Tenemos poco personal desde que Larry se fue, y Bobby solo
trabaja a tiempo parcial. Se lo diré a Cash —prometió.
—Si Niall se
entera... —gimió Maude.
Dos días después, Demi
cabalgó hacia el pasto en el que habían dejado uno de los cuatro toros Hereford
que les quedaban. Los habían separado, confiando en prevenir otro posible
envenenamiento. Llevaba un rifle prestado, y el móvil de Cash en una funda del
cinturón.
Cash la había
obligado a usarlo, y le había encargado a Nick que no se apartara de ella. Pero
Nick no podía controlarla más de lo que podía Cash y, en aquella ocasión, Demi
estuvo a punto de pagarlo caro.
Justo cuando pasaba
de largo un enorme roble cercano a la alambrada, un hombre le salió al paso.
Demi tenía
reflejos. Cuando el hombre la interceptó, ella ya había sacado el rifle de la
vaina y lo había amartillado. No apuntaba al recién llegado, pero lo tenía
apoyado en las piernas y le decía con los ojos que dispararía a la menor
provocación.
—¿Vas a dispararme,
jefa? —dijo Jack Clark con ojos entornados, mirándola desde el camino de
tierra.
—En cuanto des un
paso hacia mí —asintió sin pestañear.
—Te he visto venir
desde la carretera —dijo, y señaló la vía que se encontraba a solo unos cientos
de metros—. Quiero que dejes de difundir rumores sobre mí en Jacobsville —añadió
con frialdad—. No te he robado nada. Me compré unas botas porque me rompí las
mías cuando estaba haciendo fardos con ese viejo tractor vuestro. ¡Me debíais
esas botas!
—Y si nos las
hubieras pedido, te habríamos dado otras —replicó, asustada y asqueada, pero
decidida a disimularlo. Sujetó con fuerza el rifle—. No lo hiciste. Compraste
las botas más caras que encontraste y las cargaste a la cuenta del rancho.
—No es razón para
despedir a un hombre sin haberlo escuchado antes.
La mirada de Jack
Clark le helaba la sangre. Era la misma mirada que le había dirigido durante el
breve espacio de tiempo que había estado trabajando en el rancho. Le gustaban
las mujeres, pero ninguna le presta- ría la menor atención. Tenía los dientes
podridos y una actitud desagradable... por no hablar de la vulgaridad con que
hablaba a una mujer. Era un tipo feo, con rasgos afilados y poco pelo, delgado
y de aspecto repugnante. Siempre llevaba la ropa arrugada y el pelo sucio. Era
la persona más repulsiva que Demi había visto nunca. Llevaba una camisa de
franela de pútridos tonos negros, amarillos y verdes que resultaba casi tan
asquerosa como él.
—Ya dijiste lo que
querías —dijo Demi con rotundidad—. Elevó el arma, pulsó la tecla del móvil que
tenía grabado el número de Cash y se lo quedó mirando con fría deliberación—.
Has traspasado los límites de mi propiedad. Quiero que te vayas ahora mismo.
Acabo de marcar el número del subjefe de policía. Solo tengo que pulsar un
botón y sabrá dónde estoy y por qué lo llamo.
Clark vaciló; medía
la distancia que los separaba. Sabía que, aunque ella marcara el número, no
responderían al momento. Cerró los puños a los costados y desplegó una sonrisa
calculadora. Dio un paso rápido al frente.
En aquella fracción
de segundo, Demi apoyó el rifle en el hombro y apuntó.
—No tiene echado el seguro —dijo con calma—. Tú decides.
Clark se detuvo en
seco cuando ella levantó el rifle; Volvió a vacilar, como si estuviera midiendo
la distancia por segunda vez y sopesando con qué rapidez podría disparar. Pero
le bastó mirarla a los ojos para saber que Demi apretaría el gatillo si daba un
paso más. Su actitud amenazadora cambió.
—No es justo que
intentes disparar a un hombre porque te haya hecho una pregunta civilizada
—dijo con furia.
—Empieza a
cansárseme el brazo —replicó Demi.
Clark maldijo; fue
una palabra vulgar acompañada de la mueca lasciva más asquerosa que Demi había
oído nunca.
—De todas formas,
no merece la pena. Eres más chico que chica, aunque seas rubia. Prefiero algo
bonito.
—¡Tendrías suerte!
—masculló Demi.
—Una vez tuve a una
mujer rubia y bonita —le espetó, y se sonrojó. Giró sobre sus talones y regresó
por la zona arbolada hacia la carretera—. ¡Me las pagarás, zorra! —le gritó—.
Lamentarás haber abierto la boca.
A Demi le temblaban
las manos cuando echó el seguro
al rifle. Oyó el ruido de un motor y avistó una camioneta destartalada de color
marrón. Clark pasó de largo la senda por la que ella cabalgaba, haciendo sonar
el claxon con actitud beligerante mientras se alejaba. Desde luego, no era una
camioneta negra con una franja roja.
Exhaló el aliento
que había estado conteniendo. Guardó el rifle y regresó a la casa. No la
sorprendió que el corazón le estuviera resonando en su pecho como un tambor.
Quería pedirle
consejo a Maude. Habían sido unos minutos aterradores, y no sabía qué hacer.
Pero Maude no
estaba en casa cuando volvió. Se preparó una taza de café y decidió que, en
aquella ocasión, no podía afrontar el problema ella sola. Se sacó el móvil de
Cash de la funda, marcó el número de su despacho y esperó a que alguien
contestara.
Contestó él mismo.
—Cash, ¿podrías
venir al rancho unos minutos? —le pidió con voz tétrica.
—¿Te encuentras
bien? —preguntó Cash enseguida.
—Sí. Jack Clark ha
estado aquí. Tuve que amenazarlo con el rifle.
Notó que Cash
vacilaba.
—Lo sé —dijo pasado
un minuto—. Está aquí, en mi despacho, formulando una denuncia. Dice que le
apuntaste con un rifle sin previa provocación. Quiere que te detenga.
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