lunes, 15 de abril de 2013

♡Tierra De Pasiones-Adaptacion Diall-Capitulo 33♡

Demi estaba haciendo la colada cuando Niall detuvo su todoterreno delante de la casa, pero estaba demasiado afectada por su cuasiaccidente para percatarse de lo que sucedía a su alrededor. Además, el sonoro zumbido de la vieja lavadora ahogaba cualquier sonido.
Maude estaba en la cocina, terminando el pan, cuando Niall entró. Se quedó mirándolo con las manos manchadas de masa. Tenía la cara llena de cortes y magulladuras, y le sangraba la comisura del labio. La camisa blanca estaba salpicada de sangre.
—Grier está peor —dijo Niall, y se encogió de hombros—. ¿Dónde está Demi?
—Haciendo la colada —alcanzó a decir Maude. Estaba estupefacta. No lo había visto pelear desde el día en que Tom Lovato dio una paliza a su hija, y de eso hacía ya mucho tiempo.
Niall se dio la vuelta y fue en busca de Demi. Estaba de espaldas a él. Se detuvo en el umbral del cuarto de la ropa para observarla, con ojos entornados, exprimiéndose el cerebro.
Demi sintió su mirada y volvió la cabeza. Se incorporó despacio, mirándolo, boquiabierta.
—¿Se puede saber qué te ha pasado? —exclamó.
—Grier no suelta prenda sin un poco de persuasión —dijo en tono lúgubre, mientras avanzaba hacia ella con semblante inescrutable.
—¿Qué información buscabas? —preguntó, sin comprender. No podía ser lo del bebé porque Cash no sabía que estaba embarazada.
—Ya da igual —murmuró—. He recibido un montón de golpes para no sacar nada en claro —mintió, y entornó los ojos—. No me gusta que venga tanto por aquí, y se lo he dicho. Ahora te lo digo a ti. Estamos casados.
Ella lo miró con enojo por encima de una toalla que había sacado de la secadora.
— ¡Te he visto besando a Tippy Moore!
—Sí, la he besado —masculló—. El ayudante de dirección no hace más que acosarla y ella le tiene miedo. Era un beso fingido.
—Sí, claro —le espetó—. Tippy Moore, modelo internacional, se deja asustar por un insignificante ayudante de dirección. ¡Me gustaría conocer al hombre que la intimida!
Niall se acercó y le quitó la toalla de las manos. La arrojó sobre la secadora.
—Tiene un pasado del que no puedo hablarte —dijo con franqueza—. Baste decir que la aterran los hombres. Por eso ha estado pegándose a mí. Yo no la he tocado, por eso se siente a salvo conmigo... como con cualquier agente vestido de uniforme.
Demi lo miraba con la boca abierta. Había envidiado a Tippy, la había detestado por esa exquisita belleza por la que Niall y otros hombres la codiciaban. De pronto, sentía lástima por ella. Empezaban a encajar las piezas del rompecabezas. Debía haberle ocurrido algo terrible para que sintiera ese pánico.
—No puedo venir aquí sin tropezarme con ese maldito Grier —insistió Niall, lanzando fuego con la mirada—. Si quieres que te diga la verdad, era mi manera de desquitarme.
Demi se quedó estupefacta. Era lo último que esperaba oír. Niall estaba celoso... ¿de ella? El corazón le latía con desenfreno.
—Solo... Solamente salía con Cash porque me dolía verte con Tippy a todas horas —confesó sin alzar la vista.
A Niall se le subió el corazón a la garganta. Tantos malentendidos, y todo por falta de sinceridad. Demi no estaba enamorada de Cash. Profirió una carcajada gutural.
—Tippy está cautivada con Cash, pero no puedes decírselo —murmuró, y elevó la mano para acariciarle su suave pelo rubio con los dedos.
—¿Por qué no?
Niall se encogió de hombros.
—Cash cree que es una frivola. Dice que los hombres como él conocen mejor a la mayoría de las mujeres que a sí mismos.
Demi lo miró a los ojos con atención.
—¿De verdad no te has acostado con ella?
—Estoy casado, Demi —susurró, y entrelazó las manos detrás de la cintura de Demi.
—¿Y? —preguntó ella, sonrojándose. Él bajó la cabeza.
—No me acuesto con otras mujeres, nena. Solo contigo. Y, últimamente —gimió junto a sus suaves labios—, mi cama ha estado muy vacía.
Lo dejó que la besara. A los pocos segundos, Demi olvidó lo que estaba haciendo y buscó el contacto de su poderoso cuerpo con un sonido gutural.
—Espera. Espera un minuto —dijo Niall con urgencia. Se apartó de ella el tiempo justo para cerrar la puerta y echar el pestillo. Menos mal que tenía pestillo, pensó.                                      
La arrinconó contra la secadora y volvió a besarla con avidez. Seguramente, llevaba un vestido porque no le entraban los vaqueros. Sonrió junto a sus labios mientras deslizaba las manos por debajo de la prenda y la despojaba de su ropa interior.
—¡Niall, no podemos! —susurró ella.
Le mordisqueó el labio superior mientras se quitaba el cinto, lo dejaba a un lado y se soltaba la hebilla del cinturón.
—No te preocupes, cielo. Podemos hacerlo sin el negligé rojo —bromeó con voz ronca—. Además, estamos casados. Volveré a enseñarte el libro de familia — la levantó y unió su boca a la de ella mientras la colocaba sobre su miembro—. Lo buscaremos... después —gimió mientras la penetraba.
Ella dejó de protestar, de pensar, de respirar. Se aferró a él, gimiendo dentro de su boca mientras él la embestía y la lavadora camuflaba los ruidos que estaban haciendo. Demi rezó para que el ciclo de lavado no estuviera a punto de acabarse. Deseaba tanto a Niall que sollozaba con cada embestida. Quería arrancarle la ropa, tumbarlo en el suelo, devorarlo...
No se dio cuenta de que estaba dando voz a sus pensamientos hasta que no acabaron en una maraña de brazos y piernas sobre el linóleo. Demi notaba el peso del cuerpo de Niall mientras se abrazaban, poseídos por una fiebre creciente de deseo.
Demi nunca había experimentado una pasión instantánea como aquella. En el último momento de lucidez, Niall levantó la cabeza y la miró a la cara mientras la catapultaba al éxtasis. Demi se estremeció una y otra vez con gemidos casi inhumanos, clavándole las uñas en las caderas. Segundos más tarde, Niall se puso rígido y arqueó la espalda. Emitió un gemido ronco y áspero,  y su rostro se contrajo. Demi lo observó, tan excitada que ardía con el calor abrumador de la satisfacción. Ni siquiera en Japón había sido tan intenso. No podía dejar de temblar. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras él se movía sobre ella en el eco palpitante del amor.
Justo cuando Niall cayó sin fuerzas sobre ella, la lavadora hizo una pausa entre un ciclo y otro de lavado.Demi notó que a Niall le temblaba el cuerpo. Hasta que este no levantó la cabeza y ella pudo ver sus relucientes ojos negros, no comprendió por qué. Se estaba riendo.
—¡Qué alivio! Ese condenado técnico de sonido oye caminar a una hormiga a cinco metros de distancia, y le gusta grabar a las personas sin que lo sepan —jadeó—. Si la lavadora hubiera terminado unos segundos antes...
Demi también rio al imaginar el bochorno. La lavadora reanudó el ciclo con estrépito, y Niall se movió sobre ella, deslizando los labios por sus pómulos, mordisqueándole el lóbulo de la oreja. Ella lo besó en la mejilla y le arrancó un gemido.
—Perdona —murmuró, al advertir que había besado una herida. Le tocó la cara magullada con delicadeza—. ¿Te duele la mandíbula?
—Grier pega fuerte.
—¿Qué querías que te dijera? —quiso saber Demi.
—Que se mantendría alejado de ti —mintió. Frunció los labios y se movió con deliberación, para que ella pudiera notar el lento y delicioso despertar de su cuerpo—. Pero dudo que eso vaya a ser un problema, ¿no te parece?—y volvió a moverse.
Demi tomó aire. Todavía estaba sensible, y aquellos minúsculos movimientos eran tan dulces que empezó a dejarse llevar otra vez.
—Maude...
—El ciclo dura quince minutos más —le recordó Niall, y se inclinó sobre ella—. Aunque dudo que yo aguante tanto...
—Ahora lo veremos —susurró Demi con osadía, y lo atrajo hacia ella.

Estaban otra vez de pie cuando la lavadora se detuvo por segunda vez. Demi acababa de ponerse la ropa interior y él se había abrochado los vaqueros. Niall se miró la camisa y suspiró.
—Grier se quitó la camisa antes de pelear. Debería haber hecho lo mismo. ¿Tengo alguna limpia? No puedo volver así al trabajo.
Demi sonrió, feliz, y asintió. Se acercó al colgador y sacó una camisa blanca planchada. Niall se quitó la que llevaba, dejando al descubierto una camiseta también salpicada de sangre.
—Maldita sea—masculló.
—También tienes una camiseta limpia —dijo, y se volvió para sacar una de la cesta en la que guardaba la ropa recién salida de la secadora—. Toma.
Niall se despojó de la camiseta, consciente de que ella lo estaba comiendo con los ojos. Arrojó la camisa y la camiseta al cesto de la ropa sucia y se acercó para poner las manos de Demi sobre su pecho velludo.
—Te deseaba tanto que ni siquiera perdí el tiempo desnudándome —reflexionó con una sonrisa—. A partir de ahora, dormiré en el rancho, contigo en mi cama.
—¿Vas a dormir conmigo? —preguntó, fascinada.
—Por supuesto —recorrió el contorno de sus labios con los dedos—. A no ser que prefieras que me quede en mi antigua habitación. Sería interesante. Podrías ponerte ese negligé rojo y venir a seducirme por las noches.
Demi le dio un puñetazo suave y rio.
—Dormiré contigo y te seduciré cómodamente. Eres mi marido —susurró, sintiendo cada palabra
—Y tú mi mujer —se inclinó y la besó con suavidad, haciendo que ella deslizara los dedos por su pecho—. Siento que no abrieras tu regalo de Navidad.
—¿Porqué? —preguntó distraídamente.
—Eran unas perlas rosadas, tus preferidas. Pero también había otro regalo. Tippy me devolvió el anillo. Me había pinchado para que se lo comprara, y lo hice para conservar mi orgullo. Cuando lo devolví a la joyería — añadió con suavidad—, compré dos anillos a juego. Uno para ti, otro para mí. Alianzas. Así que tienes dos regalos, no uno.
Ella se limitó a mirarlo. El se encogió de hombros.
—Nunca quise divorciarme —confesó—. En el fondo, no. Mi madre era muy joven, como tú, y no estaba preparada para el matrimonio. Vi cómo mi padre murió por dentro cuando ella lo dejó. Nunca superó el divorcio, y lloró su marcha hasta el final. Yo no quería acabar como él. Tenía miedo de comprometerme. Sabía que te importaba, pero temía que fuera un enamoramiento pasajero.
—Vaya enamoramiento pasajero —replicó Demi con una sonrisa—. Ha durado cinco años.
—Lo comprendí cuando aceptaste esa bala en mi lugar —dijo en voz baja—. Entonces, supe que me querías de verdad. Pero Grier no se separaba de ti, y hombres mejores que yo se han sentido inferiores a su lado.
—Cash es una persona triste y solitaria —dijo Demi—. Me daba pena. Sé cosas de él que tú ignoras, Niall. Estuvo casado muy poco tiempo, iban a tener un hijo. No sé qué pasó, pero se divorciaron con amargura —suspiró—. No era más que un amigo, Niall.
—No lo sabía. Estaba loco de celos. Por fin comprendí que no ibas a esperar eternamente a que yo aceptara lo que sentía por ti. Fue entonces cuando supe que pelearía por retenerte. Pero Grier me lo ha hecho pasar mal, sobre todo, desde que regresamos de Japón.
Ella sonrió despacio.
—Tippy también me lo ha hecho pasar mal a mí. Es hermosa y sofisticada.
—Sofisticada, como Grier —le acarició la oreja—. Que se consuelen el uno al otro —dijo con una sonrisa picara.
—¿Estás seguro?
Niall enarcó sus cejas oscuras.
—¿A cuántas mujeres crees que he hecho mías en el suelo del cuarto de la ropa?
—Más vale que haya sido yo la única —respondió Demi con fingido enojo. Niall rio entre dientes.
—Ya empiezas a ser tú misma —echó mano a la camiseta limpia—. Tengo que volver al trabajo. Estoy atando los últimos cabos sueltos de los casos Clark —la miró—. No te lo había dicho. ¿A que no sabes quién nos envenenó los toros?
—Jack Clark, no —adivinó Demi.
—No. Su hermano John era el que envenenaba, y el que mató al viejo Hob. Tenía un amigo y compañero de trabajo, el mismo hombre que le prestó la camioneta negra, que le dio una coartada durante el intervalo de la muerte del viejo Hob porque John lo había hecho creer que una novia celosa quería ponerlo en un compromiso. Sin embargo, fue Jack Clark quien violó y mató a la mujer de Victoria. Jack era nuestro principal sospechoso de los envenenamientos porque vivía en Jacobsville, y él lo sabía.
—¡Sigue!—lo apremió Demi
—La concejala que mostró a Jack las propiedades ignoraba que él estuviera creando una coartada mientras su hermano estaba aquí, envenenando los toros. Envenenaron el toro de Brewster porque era hijo del toro Salers de Handiey, y el nuestro, como venganza por haber despedido a Jack. Pero, de no ser por ti, puede que nunca hubiera resuelto el caso del asesinato de Victoria.
—¿Por mí?
Se puso la camisa, se la abrochó y volvió a prenderse la estrella en el bolsillo.
—Me contaste cómo habían cortado la cerca —le explicó Niall—. Teníamos una alambrada cortada en el lugar del último crimen. La contrasté con la fotografía que sacó Nick del alambre cortado, y coincidía a la perfección. El trozo de alambre que has conservado es una de las pruebas principales. Por no hablar de la camioneta negra con franja roja del amigo de John Clark, Gould. Por último, los filamentos de colores que se encontraron en el lugar del crimen pertenecían a una camisa de franela que recordaste haber visto llevando a Jack cuando se enfrentó contigo en el rancho. Se encontraba en la caja de pertenencias que John Clark llevó a Victoria consigo. También hay otra prueba crucial.
—No me tengas en vilo —dijo Demi, entusiasmada.
—Además del cabello que se encontró en la blusa de la víctima, la policía científica reparó en unas marcas de dientes en el pecho de la mujer. No llevaba muerta mucho tiempo, y su cuerpo aún estaba tibio cuando lo encontraron. Uno de los especialistas tuvo una corazonada. Humedeció un pañuelo con agua destilada y frotó con él el pecho de la mujer. Obtuvo una prueba de ADN que relaciona a Jack Clark con el asesinato. El cabello de la camisa coincide a la perfección con el de Clark. Todas esas pruebas son admisibles ante un tribunal.
— ¡No sabía que se pudiera hacer todo eso! —exclamó. Niall rio entre dientes.
—Tendré que ponerte al día sobre los avances científicos en la obtención de pruebas.
—Pero ¿por qué la mató? ¿Lo sabes?
—Era la joven que testificó contra él por agresión sexual y, luego, desapareció. Jack pasó seis años en la cárcel por culpa de su testimonio. Cuando lo soltaron, los dos hermanos se pusieron a trabajar para Handiey, el criador de los toros Salers purasangre. Handiey era el mejor amigo del marido de la víctima. Handiey los despidió cuando Jack ya había reconocido a la joven y había decidido vengarse. John Clark envenenó sus toros, Jack violó y asesinó a la mujer.
—¡Santo Dios! ¿Y qué me dices del pobre Hob?
—Cuando le dijimos a Jack Clark que teníamos pruebas científicas que lo incriminaban, cedió y lo confesó todo delante de su abogado de oficio. Dijo que su hermano fue a ver a Hob solo para amenazarlo, para que no hablara. Hob se negó a dejarse intimidar. Iba a llamar a la policía y a decir que los hermanos Clark habían cortado la cerca. John lo golpeó en la garganta con un atizador. No le importaban los toros, pero no podía vivir con el asesinato de un hombre a sus espaldas. Le dijo a Jack que iba a atracar un banco y que no le importaba si lo mataban.
—Pobre Hob —dijo Demi con afiicción—. Vaya manera más triste de morir.
—En conclusión, Jack va a estar entre rejas mucho tiempo. Me alegro, porque el psicólogo que lo evaluó dijo que podría haber matado otra vez. Clark todavía me odia, por supuesto, por haber disparado a su hermano y por haber contribuido a reunir las pruebas que van a condenarlo por asesinato —sonrió a Demi—, ¡Como si me importara!
Ella lo abrazó con fuerza, segura por primera vez en su matrimonio.
—Y tú que no quenas creerme que habían envenenado al toro...
La atrajo hacia él.
—No, y vergüenza debería darme. Habría tenido consecuencias fatales si Clark se hubiera sentido un poco más seguro de sí mismo. Lo siento. Pero eso ya pasó. A partir de ahora, si me dices que lo negro es blanco, te creeré —levantó la cabeza, contempló la mirada feliz y soñadora de Demi y sonrió— Bésame. Tengo que volver al trabajo.
Demi le rodeó el cuello con los brazos y lo besó con anhelo.
—Llévame contigo —susurró.
—Entonces, no haría nada —replicó Niall. La apartó con desgana y se abrochó el cinto—. Volveré a las seis.
Demi tenía la sensación de que su mundo había cambiado drásticamente en el espacio de unas horas. No podía dejar de sonreír.    .           
—Está bien. Tendré preparado el negligé rojo.
Niall rio con ganas.  
—Es una cita.     
Salieron del cuarto de la ropa y caminaron de la mano hasta la puerta principal. Niall la miró, deseando poder decirle que sabía que estaba embarazada. Nunca se había sentido más unido a ella, ni la había amado tanto. Pero debía esperar, buscar el momento oportuno. Si Demi descubría que lo sabía, podía pensar que seguía con ella por razones equivocadas. La besó una ultima vez y se marchó.
Maude los vio y no dijo nada, pero ella tampoco dejaba de sonreír.

A la mañana siguiente, el personal de rodaje estaba otra vez trabajando. Sin embargo, aquel día era diferente, porque todo el mundo podía ver que la relación entre Niall y su joven esposa había cambiado. Tippy tenía la sensación de que se hubiera levantado la veda. Los cazadores la acechaban, en especial, el ayudante de dirección. Tras una escena especialmente difícil en el granero, Gary Mays gritó: «¡Corten!» y entró en el decorado, de espaldas a la puerta del granero, para pasarle un brazo a Tippy por los hombros y apretarla contra su cuerpo. Gary volvía a ser la peor pesadilla de Tippy.
—Escucha, muñeca —dijo Gary en tono persuasivo—. Haz la escena como está escrita y no intentes actuar de verdad, ¿vale? Lo único que quiero es que salgas bonita y balancees tus caderas sensuales para mí — le pasó una mano por el trasero con una lascivia digna de un presidiario.
Segundos más tarde, la mano estaba en el aire, doblada hacia atrás, con Cash Grier mirándolo fríamente desde el extremo.
—No querías hacer eso, ¿verdad, Gary? —preguntó en tono grato, y le dobló la mano un poco más... lo justo para que Gary hiciera una mueca de dolor—. El acoso sexual es un término muy desagradable. Piensa en lo que la prensa diría en nuestra sociedad políticamente correcta. ¿Entiendes lo que quiero decir? —añadió con suavidad, e incrementó la presión.
—Lo entiendo... perfectamente —exclamó Gary, y se volvió hacia él para evitar que le arrancara la mano.
—Y aunque no puedo detenerte por acoso, puesto que estás fuera de mi jurisdicción, puedo llamar a uno de mis compañeros del departamento del sheriff para que te detenga. Así que no vuelvas a tocarla así. ¿Entendido, Gary? —insistió Cash, sonriendo. La sonrisa le provocaba escalofríos a Tippy.
—¡Nunca más, lo juro! —gimió Gary. Cash le soltó la mano, todavía sonriendo.
—Te convendría anunciar un descanso de diez minutos —añadió—. Me gustaría hablar un momento con la señorita Moore.
—Adelante —masculló Gary, y lanzó a Tippy una mirada de puro odio—. ¡Diez minutos, todo el mundo! —exclamó, y se apartó de Cash lo más deprisa que pudo, sosteniéndose la muñeca con la otra mano.
Cash le hizo una seña a Tippy con la cabeza. Ella se acercó como un corderillo, sin emitir la más leve protesta, mirándolo con sus enormes ojos verdes llenos de perplejidad.
—¿Por qué dejas que te trate así? —preguntó Cash en voz baja.
Estaba afectada. Se envolvió con los brazos.
—Tengo veintiséis años —dijo—. Y un hermano de nueve al que mantener. Se me están cerrando las puertas de la moda. Tengo que triunfar en el cine o me quedaré sin fuente de ingresos.
—¿Y crees que por dinero merece la pena permitirle a esa tarántula humana que trepe por tu cuerpo como una hiedra? —insistió—. ¿Qué te dije en el hospital? Que lo miraras a los ojos y le dijeras que no.
—Es más fácil decirlo que hacerlo —repuso Tippy con el semblante torturado.
Cash elevó despacio la barbilla. La miraba con ojos negros firmes y entornados.
—Pero vas a intentarlo, ¿verdad?
Ella asintió, porque Cash producía ese efecto en las personas.
—Podrías haberle hecho daño —dijo Tippy con vacilación.
—Podría haberle roto la mano con la misma facilidad con que se la he magullado. Hace algunos años, ni siquiera habría vacilado —Cash estaba pensando, analizando datos y sacando conclusiones—. Tu cuerpo dice «ven y cómeme» hasta que un hombre se acerca a dos pasos de ti. Entonces, te conviertes en una estatua de hielo. Pero, por debajo del hielo, hay miedo. Ese tipo te da pánico —murmuró, señalando al ayudante de dirección con la barbilla—. Aunque no tanto como yo —añadió con suavidad.
Tippy tragó saliva. Detestaba ser tan transparente, pero la osadía de Gary la había turbado. Cash se fijó en su postura, en la pose defensiva.
—No tenías miedo de Niall —recordó Cash, entornando los ojos—. Pero él no te tocaba, ¿verdad?
El rostro de Tippy le dio la respuesta enseguida.
Cash asintió despacio.
—Entonces, era eso.
Ella lo miró a los ojos, llena de curiosidad y de sorpresa. Cash dio un paso hacia Tippy, forcejeando con emociones conflictivas, y vio cómo el dolor afloraba en su hermoso rostro. Parecía un cervatillo asustado, aunque no se apartó. Él la fascinaba. Desde que era niña, ningún hombre había acudido en su defensa, como había hecho Cash en presencia de Gary, a excepción de Niall. Los policías siempre habían sido amables con ella. Cash llevaba un uniforme.
Cash se acercó deliberadamente, inclinándose sobre ella. Tippy podía ver las pecas negras que salpicaban el puente de su nariz recta, el grueso bigote sobre aquella boca sensual, la minúscula perilla triangular por debajo del labio inferior, las leves ondas de grueso pelo negro recogidas en la coleta. Cash olía a limpio y a hombre.
Le gustaba estar cerca de él. Era una sorpresa, y se reflejó en su rostro. Pero la proximidad también la ponía nerviosa, y dio un rápido paso atrás.
El comportamiento de Tippy lo dejaba perplejo. Era un rumor generalizado en la prensa del corazón que Tippy había vivido con un hombre durante seis años, una estrella de cine que la doblaba en edad y que había tenido una reputación casi obscena por sus descaradas aventuras amorosas. Ella tenía fama de ser sexualmente agresiva. Pero ¿cómo podía ser una mujer experimentada y apartarse de cualquiera que se acercaba demasiado? No tenía sentido.
La miró con los ojos entornados.
—No volverá a molestarte porque no vas a permitírselo, ¿verdad?
Tippy tragó saliva. Gary le ponía el vello de punta, pero nunca se había enfrentado con él. Normalmente, se limitaba a parar los pies a sus admiradores con un desplante, para que se sintieran incómodos y creyeran que no encajaban con su ideal. Pero Gary era un sapo, y le recordaba mucho al hombre horrible de su adolescencia
No podía emplear sus estratagemas con él. Lo temía.
—¿Verdad? —insistió Cash. Ella asintió, como si Cash hubiera tirado de una cuerda atada a su barbilla—. Tippy —Cash dijo su nombre con el ceño fruncido—. ¿De qué es diminutivo?
—De Tristina —contestó con amargura. Se apartó el pelo de los ojos—. Significa «tristeza». Mi madre se sintió así al tenerme; al menos, eso cuentan —añadió—. No le gustaba tener hijos, pero sí acostarse con hombres. Cuantos más, mejor —vaciló—. Me dijo que no estaba segura de quién era mi padre.
A Cash no parecía importarle. La observaba en silencio.
—Tuvo que ser un hombre muy apuesto.
Tippy hizo una mueca.
—Mi madre es una mujer imponente, incluso ahora. Tiene ojos verdes y melena cobriza, como yo, y una figura a prueba de alcohol. Y no es idiota. Me costó mucho arrebatarle a Rory, pero el dinero es persuasivo. Ahora tengo la custodia absoluta, y no pienso renunciar  a ella.
—¿Rory?
—Mi hermano.
Cash alargó el brazo y le retiró un mechón de pelo rojizo dorado de la boca.
—¿Por qué tienes la custodia?
—Porque su nuevo novio permanente lo odiaba y le pegaba, hasta el punto de que tuvo que ser hospitalizado a los cuatro años. Un policía amigo mío me llamó y me lo dijo.
—¿Y qué diablos hacía tu madre mientras tanto? — exclamó.
Tippy tragó saliva.
—Sujetarlo.
El suspiro de Cash fue audible. Al mirarla, empezó a tener visiones turbadoras de ella, casi como si estuvieran pasando de la mente de Tippy a la de él. Entornó los ojos. Sumó la postura defensiva de Tippy a su temor a los hombres, y desdeñó la reputación licenciosa del que había sido su pareja durante seis años. El resultado era inquietante.
—No voy a permitir que me quite a Rory —dijo Tippy fríamente—. Cueste lo que cueste.
—¿Aunque tengas que soportar a labios de lagarto? —dijo, señalando a Gary con la cabeza. Ella alzó la mirada, sorprendida, y de sus labios brotó un suave tintineo—. Mientras le duela la mano, pensará en mí. Vamos.
Cash regresó con ella al escenario, manteniendo la distancia para no ponerla nerviosa. Hasta sonrió a Gary.
Tippy caminó en línea recta hacia el ayudante de dirección, sintiéndose insólitamente segura de sí.
—Dice Cash que, si vuelves a tocarme, puedo hacer que te detengan y demandarte por acoso —sonrió con encanto—. Estás asegurado, ¿verdad, cielo?
Gary palideció. Lanzó una mirada a Cash y carraspeó.
—Muy bien, oídme todos. Ya hemos perdido bastante tiempo. Venga, a trabajar.
Tippy dirigió a Cash una rápida mirada y una pequeña y tímida sonrisa, y siguió trabajando.

La resolución de Niall de no dejar que Demi sospechara que sabía que estaba embarazada duró exactamente cuatro días, hasta la tarde en que regresó antes del trabajo y encontró a Demi en la parte de atrás de una camioneta con Nick, arrojando fardos de heno al ganado en uno de los pastos.
Niall se puso furibundo. La sacó en brazos de la camioneta, la trasladó a su todoterreno, la sentó y la llevó, sin decir nada, a la consulta del doctor Jebediah Coltrain. Entró con Demi en el local y le dijo a la recepcionista que quería que los recibieran de inmediato. La sala de espera estaba vacía.
—Copper no está aquí —balbució la joven—, y Lou está a punto de irse...
—No, no se irá —arrastró a Demi por la puerta que daba al pasillo—. ¡Lou! —gritó.
La doctora Lou Coltrain salió al pasillo, primero atónita y después regocijada al ver a los recién llegados.
—¿En qué puedo ayudarte? —le preguntó a Niall.
Este apretó los labios.
—Quiero un test de embarazo ahora mismo.
—Muy bien... —repuso Lou, tratando de no reír—. Fecha del último periodo.
—No es para mí, sino para ella —masculló, lanzando una mirada iracunda a Demi, que estaba atónita—. Estaba lanzando fardos de heno desde una camioneta, por el amor de Dios.
La sonrisa de Lou se evaporó.
—Eso no es sabio si estás embarazada, Demi —dijo con suavidad. Demi empezó a llorar.
—¡No puedes saberlo! —gimió a su marido—. ¿Cómo lo sabes?
—No estoy ciego, ¿no? —masculló—. No puedes atarte los pantalones ni mantener en el estómago el desayuno —se aborrecía por no decir la verdad.
— ¡Te lo ha dicho Maude! —lo acusó.
—Maude no me ha dicho nada —se defendió.
—Vamos a tomar una muestra de sangre, Demi — intervino Lou—. Cuándo tuviste el periodo por última vez.       
Tuvo que decirlo con Niall, pagado de sí mismo, escuchando cada palabra. Lou llamó a Betty e hicieron la prueba. Dio positivo. Lou fijó una cita para que Demi visitara a un ginecólogo de Victoria que también trabajaba en el Hospital General de Jacobsville
Después, le recetó vitaminas.
—Nada de levantar peso —la previno—. Y come como Dios manda.
Demi accedió dócilmente. Estaba aliviada por la forma en que Niall se estaba tomando la noticia de su inminente paternidad. Ni siquiera estaba enfadado. Se relajó.
De vuelta en la camioneta, Niall no dejaba de sonreír. Entrelazó su mano con la de Demi. Ella lo miraba con atención.
—¿No estás enfadado?
—Encantado. Y aliviado —replicó—. Ahora puedo dormir tranquilo sin preocuparme de que saldráscorriendo con Grier.
—A él le gustan los niños —replicó.
—Ya encontrará otra mujer que le dé alguno. Este es mío —suspiró hondo—. ¡Vaya regalo de Navidad voy a tener este año!                                    
De hecho, el bebé nacería para entonces. Demi estaba fascinada viendo el despliegue de emociones en el rostro moreno y delgado de Niall. No podía estar fingiendo tanto placer. Se preguntó si una mujer podía desmayarse de felicidad. Nunca se había sentido tan segura ni cuidada en toda su vida. Niall estaba encariñado con ella, y quería el bebé. Tal vez, con el tiempo, hasta llegaría a quererla.Tenía tantos motivos para estar ilusionada, ¡tantos!

El equipo de rodaje se despidió antes de partir hacia el aeropuerto. Tippy dio una disculpa exhaustiva a Demi y a Niall por todos los problemas que había causado y los invitó a asistir al estreno de la película, que tendría lugar en Nueva York al cabo de unos siete meses. Sena en noviembre, y Demi estaría a punto de dar a luz.
Cash Grier se presentó en el aeropuerto justo cuando Tippy terminaba de facturar el equipaje y echaba a andar hacia los detectores de metal.
—Espera un minuto —dijo en voz baja, llamándola aparte. Le pasó una tarjeta con su nombre y su número de teléfono—. Por si acaso tienes algún problema con la custodia de tu hermano pequeño —le explicó—. Te he anotado mi número particular en el dorso. Si necesitas ayuda, llámame.
Tippy profirió una exclamación.
—¿Por qué querrías ayudarme? —preguntó, atónita—. ¡Si me odias!
Sus ojos oscuros contemplaron los ojos verdes de Tippy con serenidad.
—Diablos, ¡no lo sé ¡¿Tienes que cuestionarlo todo?
Tippy alargó el brazo con vacilación y le tocó la manga, aunque bajó la mano casi tan pronto como estableció el contacto. Cash iba de uniforme, y estaba muy pulcro.
—Gracias por lo que hiciste con Gary. Por lo que me obligaste a hacer. Tenía miedo de perder mi trabajo — sonrió con timidez—. Últimamente, no he recibido muchas ofertas. Pero tenías razón. Nadie debería soportar un trato improcedente solo para poder seguir trabajando.
—Pues no lo olvides —repuso Cash con serenidad.
Tippy contempló su rostro, tan por encima del de ella, con verdadero interés.
—Puedes venir con Niall y con Demi al estreno de la película, si quieres. Te enviaré la entrada, por si acaso.
Cash ladeó la cabeza.
—Iré —dijo de improviso.
Tippy se sonrojó, y se le iluminaron los ojos. Rio tontamente. A su alrededor, tanto hombres como mujeres se quedaban admirando su sorprendente belleza.
Tippy no parecía darse cuenta de la atención que atraía; solo tenía ojos para el hombre que se erguía ante ella.
—Me gustaría —dijo con voz ronca—. Gracias, Grier.
—Solo te saco doce años —señaló—. Puedes llamarme Cash.
La sonrisa se prolongó.
—¿De qué es diminutivo?
—De Cassius —suspiró.
—¡En serio!
Cash asintió.
—A mi madre le encantaban los clásicos.
Tippy reparó en el pelo negro y la coleta limpia, el bigote y el pequeño triángulo de pelo que enmarcaba su boca sensual.
—La querías.
—Mucho.
Tippy suspiró y los recuerdos amargos le robaron la sonrisa.
—Debe de ser bonito —lanzó una mirada al detector de metales, por donde entraban los pasajeros—. Será mejor que me vaya —se guardó la tarjeta en el bolsillo—. Gracias otra vez.
Cash se encogió de hombros.
—Me gustan las estrellas de cine —murmuró con fluidez, y le sonrió. Aquella sonrisa llegó directamente al corazón de Tippy, que volvió a sonreír.
—Y a mí me gustan los policías.
Tippy desvió la mirada, se dio la vuelta y atravesó rápidamente el detector de metales. Justo antes de adentrarse en el área restringida, volvió la cabeza. Jamás se había sentido tan sola en toda su vida. Él también seguía mirándola.
La miró hasta que la perdió de vista, por motivos que no alcanzaba a comprender.

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