Demi estaba
haciendo la colada cuando Niall detuvo su todoterreno delante de la casa, pero
estaba demasiado afectada por su cuasiaccidente para percatarse de lo que
sucedía a su alrededor. Además, el sonoro zumbido de la vieja lavadora ahogaba
cualquier sonido.
Maude estaba en la
cocina, terminando el pan, cuando Niall entró. Se quedó mirándolo con las manos
manchadas de masa. Tenía la cara llena de cortes y magulladuras, y le sangraba
la comisura del labio. La camisa blanca estaba salpicada de sangre.
—Grier está peor
—dijo Niall, y se encogió de hombros—. ¿Dónde está Demi?
—Haciendo la colada
—alcanzó a decir Maude. Estaba estupefacta. No lo había visto pelear desde el
día en que Tom Lovato dio una paliza a su hija, y de eso hacía ya mucho tiempo.
Niall se dio la
vuelta y fue en busca de Demi. Estaba de espaldas a él. Se detuvo en el umbral
del cuarto de la ropa para observarla, con ojos entornados, exprimiéndose el
cerebro.
Demi sintió su
mirada y volvió la cabeza. Se incorporó despacio, mirándolo, boquiabierta.
—¿Se puede saber
qué te ha pasado? —exclamó.
—Grier no suelta
prenda sin un poco de persuasión —dijo en tono lúgubre, mientras avanzaba hacia
ella con semblante inescrutable.
—¿Qué información
buscabas? —preguntó, sin comprender. No podía ser lo del bebé porque Cash no
sabía que estaba embarazada.
—Ya da igual
—murmuró—. He recibido un montón de golpes para no sacar nada en claro —mintió,
y entornó los ojos—. No me gusta que venga tanto por aquí, y se lo he dicho.
Ahora te lo digo a ti. Estamos casados.
Ella lo miró con
enojo por encima de una toalla que había sacado de la secadora.
— ¡Te he visto
besando a Tippy Moore!
—Sí, la he besado
—masculló—. El ayudante de dirección no hace más que acosarla y ella le tiene
miedo. Era un beso fingido.
—Sí, claro —le
espetó—. Tippy Moore, modelo internacional, se deja asustar por un
insignificante ayudante de dirección. ¡Me gustaría conocer al hombre que la
intimida!
Niall se acercó y
le quitó la toalla de las manos. La arrojó sobre la secadora.
—Tiene un pasado
del que no puedo hablarte —dijo con franqueza—. Baste decir que la aterran los
hombres. Por eso ha estado pegándose a mí. Yo no la he tocado, por eso se
siente a salvo conmigo... como con cualquier agente vestido de uniforme.
Demi lo miraba con
la boca abierta. Había envidiado a Tippy, la había detestado por esa exquisita
belleza por la que Niall y otros hombres la codiciaban. De pronto, sentía
lástima por ella. Empezaban a encajar las piezas del rompecabezas. Debía
haberle ocurrido algo terrible para que sintiera ese pánico.
—No puedo venir
aquí sin tropezarme con ese maldito Grier —insistió Niall, lanzando fuego con
la mirada—. Si quieres que te diga la verdad, era mi manera de desquitarme.
Demi se quedó
estupefacta. Era lo último que esperaba oír. Niall estaba celoso... ¿de ella?
El corazón le latía con desenfreno.
—Solo... Solamente
salía con Cash porque me dolía verte con Tippy a todas horas —confesó sin alzar
la vista.
A Niall se le subió
el corazón a la garganta. Tantos malentendidos, y todo por falta de sinceridad.
Demi no estaba enamorada de Cash. Profirió una carcajada gutural.
—Tippy está
cautivada con Cash, pero no puedes decírselo —murmuró, y elevó la mano para
acariciarle su suave pelo rubio con los dedos.
—¿Por qué no?
Niall se encogió de
hombros.
—Cash cree que es
una frivola. Dice que los hombres como él conocen mejor a la mayoría de las
mujeres que a sí mismos.
Demi lo miró a los
ojos con atención.
—¿De verdad no te
has acostado con ella?
—Estoy casado, Demi
—susurró, y entrelazó las manos detrás de la cintura de Demi.
—¿Y? —preguntó
ella, sonrojándose. Él bajó la cabeza.
—No me acuesto con
otras mujeres, nena. Solo contigo. Y, últimamente —gimió junto a sus suaves
labios—, mi cama ha estado muy vacía.
Lo dejó que la
besara. A los pocos segundos, Demi olvidó lo que estaba haciendo y buscó el
contacto de su poderoso cuerpo con un sonido gutural.
—Espera. Espera un
minuto —dijo Niall con urgencia. Se apartó de ella el tiempo justo para cerrar
la puerta y echar el pestillo. Menos mal que tenía pestillo, pensó.
La arrinconó contra
la secadora y volvió a besarla con avidez. Seguramente, llevaba un vestido
porque no le entraban los vaqueros. Sonrió junto a sus labios mientras
deslizaba las manos por debajo de la prenda y la despojaba de su ropa interior.
—¡Niall, no
podemos! —susurró ella.
Le mordisqueó el
labio superior mientras se quitaba el cinto, lo dejaba a un lado y se soltaba
la hebilla del cinturón.
—No te preocupes,
cielo. Podemos hacerlo sin el negligé rojo —bromeó con voz ronca—. Además,
estamos casados. Volveré a enseñarte el libro de familia — la levantó y unió su
boca a la de ella mientras la colocaba sobre su miembro—. Lo buscaremos...
después —gimió mientras la penetraba.
Ella dejó de
protestar, de pensar, de respirar. Se aferró a él, gimiendo dentro de su boca
mientras él la embestía y la lavadora camuflaba los ruidos que estaban
haciendo. Demi rezó para que el ciclo de lavado no estuviera a punto de
acabarse. Deseaba tanto a Niall que sollozaba con cada embestida. Quería arrancarle
la ropa, tumbarlo en el suelo, devorarlo...
No se dio cuenta de
que estaba dando voz a sus pensamientos hasta que no acabaron en una maraña de
brazos y piernas sobre el linóleo. Demi notaba el peso del cuerpo de Niall
mientras se abrazaban, poseídos por una fiebre creciente de deseo.
Demi nunca había
experimentado una pasión instantánea como aquella. En el último momento de
lucidez, Niall levantó la cabeza y la miró a la cara mientras la catapultaba al
éxtasis. Demi se estremeció una y otra vez con gemidos casi inhumanos,
clavándole las uñas en las caderas. Segundos más tarde, Niall se puso rígido y
arqueó la espalda. Emitió un gemido ronco y áspero, y su rostro se contrajo. Demi lo observó, tan
excitada que ardía con el calor abrumador de la satisfacción. Ni siquiera en
Japón había sido tan intenso. No podía dejar de temblar. Las lágrimas corrían
por sus mejillas mientras él se movía sobre ella en el eco palpitante del amor.
Justo cuando Niall
cayó sin fuerzas sobre ella, la lavadora hizo una pausa entre un ciclo y otro
de lavado.Demi notó que a Niall le temblaba el cuerpo. Hasta que este no
levantó la cabeza y ella pudo ver sus relucientes ojos negros, no comprendió
por qué. Se estaba riendo.
—¡Qué alivio! Ese
condenado técnico de sonido oye caminar a una hormiga a cinco metros de
distancia, y le gusta grabar a las personas sin que lo sepan —jadeó—. Si la
lavadora hubiera terminado unos segundos antes...
Demi también rio al
imaginar el bochorno. La lavadora reanudó el ciclo con estrépito, y Niall se movió
sobre ella, deslizando los labios por sus pómulos, mordisqueándole el lóbulo de
la oreja. Ella lo besó en la mejilla y le arrancó un gemido.
—Perdona —murmuró,
al advertir que había besado una herida. Le tocó la cara magullada con
delicadeza—. ¿Te duele la mandíbula?
—Grier pega fuerte.
—¿Qué querías que
te dijera? —quiso saber Demi.
—Que se mantendría
alejado de ti —mintió. Frunció los labios y se movió con deliberación, para que
ella pudiera notar el lento y delicioso despertar de su cuerpo—. Pero dudo que
eso vaya a ser un problema, ¿no te parece?—y volvió a moverse.
Demi tomó aire.
Todavía estaba sensible, y aquellos minúsculos movimientos eran tan dulces que
empezó a dejarse llevar otra vez.
—Maude...
—El ciclo dura
quince minutos más —le recordó Niall, y se inclinó sobre ella—. Aunque dudo que
yo aguante tanto...
—Ahora lo veremos
—susurró Demi con osadía, y lo atrajo hacia ella.
Estaban otra vez de
pie cuando la lavadora se detuvo por segunda vez. Demi acababa de ponerse la
ropa interior y él se había abrochado los vaqueros. Niall se miró la camisa y
suspiró.
—Grier se quitó la
camisa antes de pelear. Debería haber hecho lo mismo. ¿Tengo alguna limpia? No
puedo volver así al trabajo.
Demi sonrió, feliz,
y asintió. Se acercó al colgador y sacó una camisa blanca planchada. Niall se
quitó la que llevaba, dejando al descubierto una camiseta también salpicada de
sangre.
—Maldita
sea—masculló.
—También tienes una
camiseta limpia —dijo, y se volvió para sacar una de la cesta en la que
guardaba la ropa recién salida de la secadora—. Toma.
Niall se despojó de
la camiseta, consciente de que ella lo estaba comiendo con los ojos. Arrojó la
camisa y la camiseta al cesto de la ropa sucia y se acercó para poner las manos
de Demi sobre su pecho velludo.
—Te deseaba tanto
que ni siquiera perdí el tiempo desnudándome —reflexionó con una sonrisa—. A
partir de ahora, dormiré en el rancho, contigo en mi cama.
—¿Vas a dormir
conmigo? —preguntó, fascinada.
—Por supuesto
—recorrió el contorno de sus labios con los dedos—. A no ser que prefieras que
me quede en mi antigua habitación. Sería interesante. Podrías ponerte ese
negligé rojo y venir a seducirme por las noches.
Demi le dio un
puñetazo suave y rio.
—Dormiré contigo y
te seduciré cómodamente. Eres mi
marido —susurró, sintiendo cada palabra
—Y tú mi mujer —se
inclinó y la besó con suavidad, haciendo que ella deslizara los dedos por su
pecho—. Siento que no abrieras tu regalo de Navidad.
—¿Porqué? —preguntó
distraídamente.
—Eran unas perlas
rosadas, tus preferidas. Pero también había otro regalo. Tippy me devolvió el
anillo. Me había pinchado para que se lo comprara, y lo hice para conservar mi
orgullo. Cuando lo devolví a la joyería — añadió con suavidad—, compré dos
anillos a juego. Uno para ti, otro para mí. Alianzas. Así que tienes dos
regalos, no uno.
Ella se limitó a
mirarlo. El se encogió de hombros.
—Nunca quise
divorciarme —confesó—. En el fondo, no. Mi madre era muy joven, como tú, y no
estaba preparada para el matrimonio. Vi cómo mi padre murió por dentro cuando
ella lo dejó. Nunca superó el divorcio, y lloró su marcha hasta el final. Yo no
quería acabar como él. Tenía miedo de comprometerme. Sabía que te importaba,
pero temía que fuera un enamoramiento pasajero.
—Vaya enamoramiento
pasajero —replicó Demi con una sonrisa—. Ha durado cinco años.
—Lo comprendí
cuando aceptaste esa bala en mi lugar —dijo en voz baja—. Entonces, supe que me
querías de verdad. Pero Grier no se separaba de ti, y hombres mejores que yo se
han sentido inferiores a su lado.
—Cash es una
persona triste y solitaria —dijo Demi—. Me daba pena. Sé cosas de él que tú
ignoras, Niall. Estuvo casado muy poco tiempo, iban a tener un hijo. No sé qué
pasó, pero se divorciaron con amargura —suspiró—. No era más que un amigo, Niall.
—No lo sabía.
Estaba loco de celos. Por fin comprendí que no ibas a esperar eternamente a que
yo aceptara lo que sentía por ti. Fue entonces cuando supe que pelearía por
retenerte. Pero Grier me lo ha hecho pasar mal, sobre todo, desde que
regresamos de Japón.
Ella sonrió
despacio.
—Tippy también me
lo ha hecho pasar mal a mí. Es hermosa y sofisticada.
—Sofisticada, como
Grier —le acarició la oreja—. Que se consuelen el uno al otro —dijo con una
sonrisa picara.
—¿Estás seguro?
Niall enarcó sus
cejas oscuras.
—¿A cuántas mujeres
crees que he hecho mías en el suelo del cuarto de la ropa?
—Más vale que haya
sido yo la única —respondió Demi con fingido enojo. Niall rio entre dientes.
—Ya empiezas a ser
tú misma —echó mano a la camiseta limpia—. Tengo que volver al trabajo. Estoy
atando los últimos cabos sueltos de los casos Clark —la miró—. No te lo había
dicho. ¿A que no sabes quién nos envenenó los toros?
—Jack
Clark, no —adivinó Demi.
—No. Su hermano
John era el que envenenaba, y el que mató al viejo Hob. Tenía un amigo y
compañero de trabajo, el mismo hombre que le prestó la camioneta negra, que le
dio una coartada durante el intervalo de la muerte del viejo Hob porque John lo
había hecho creer que una novia celosa quería ponerlo en un compromiso. Sin
embargo, fue Jack Clark quien violó y mató a la mujer de Victoria. Jack era
nuestro principal sospechoso de los envenenamientos porque vivía en
Jacobsville, y él lo sabía.
—¡Sigue!—lo apremió
Demi
—La concejala que
mostró a Jack las propiedades ignoraba que él estuviera creando una coartada
mientras su hermano estaba aquí, envenenando los toros. Envenenaron el toro de
Brewster porque era hijo del toro Salers de Handiey, y el nuestro, como
venganza por haber despedido a Jack. Pero, de no ser por ti, puede que nunca
hubiera resuelto el caso del asesinato de Victoria.
—¿Por mí?
Se puso la camisa,
se la abrochó y volvió a prenderse la estrella en el bolsillo.
—Me contaste cómo
habían cortado la cerca —le explicó Niall—. Teníamos una alambrada cortada en
el lugar del último crimen. La contrasté con la fotografía que sacó Nick del
alambre cortado, y coincidía a la perfección. El trozo de alambre que has
conservado es una de las pruebas principales. Por no hablar de la camioneta
negra con franja roja del amigo de John Clark, Gould. Por último, los
filamentos de colores que se encontraron en el lugar del crimen pertenecían a
una camisa de franela que recordaste haber visto llevando a Jack cuando se
enfrentó contigo en el rancho. Se encontraba en la caja de pertenencias que
John Clark llevó a Victoria consigo. También hay otra prueba crucial.
—No me tengas en
vilo —dijo Demi, entusiasmada.
—Además del cabello
que se encontró en la blusa de la víctima, la policía científica reparó en unas
marcas de dientes en el pecho de la mujer. No llevaba muerta mucho tiempo, y su
cuerpo aún estaba tibio cuando lo encontraron. Uno de los especialistas tuvo
una corazonada. Humedeció un pañuelo con agua destilada y frotó con él el pecho
de la mujer. Obtuvo una prueba de ADN que relaciona a Jack Clark con el
asesinato. El cabello de la camisa coincide a la perfección con el de Clark.
Todas esas pruebas son admisibles ante un tribunal.
— ¡No sabía que se
pudiera hacer todo eso! —exclamó. Niall rio entre dientes.
—Tendré que ponerte
al día sobre los avances científicos en la obtención de pruebas.
—Pero ¿por qué la
mató? ¿Lo sabes?
—Era la joven que
testificó contra él por agresión sexual y, luego, desapareció. Jack pasó seis
años en la cárcel por culpa de su testimonio. Cuando lo soltaron, los dos
hermanos se pusieron a trabajar para Handiey, el criador de los toros Salers
purasangre. Handiey era el mejor amigo del marido de la víctima. Handiey los
despidió cuando Jack ya había reconocido a la joven y había decidido vengarse.
John Clark envenenó sus toros, Jack violó y asesinó a la mujer.
—¡Santo Dios! ¿Y
qué me dices del pobre Hob?
—Cuando le dijimos
a Jack Clark que teníamos pruebas científicas que lo incriminaban, cedió y lo
confesó todo delante de su abogado de oficio. Dijo que su hermano fue a ver a
Hob solo para amenazarlo, para que no hablara. Hob se negó a dejarse intimidar.
Iba a llamar a la policía y a decir que los hermanos Clark habían cortado la
cerca. John lo golpeó en la garganta con un atizador. No le importaban los
toros, pero no podía vivir con el asesinato de un hombre a sus espaldas. Le
dijo a Jack que iba a atracar un banco y que no le importaba si lo mataban.
—Pobre Hob —dijo Demi
con afiicción—. Vaya manera más triste de morir.
—En conclusión,
Jack va a estar entre rejas mucho tiempo. Me alegro, porque el psicólogo que lo
evaluó dijo que podría haber matado otra vez. Clark todavía me odia, por
supuesto, por haber disparado a su hermano y por haber contribuido a reunir las
pruebas que van a condenarlo por asesinato —sonrió a Demi—, ¡Como si me
importara!
Ella lo abrazó con
fuerza, segura por primera vez en su matrimonio.
—Y tú que no quenas
creerme que habían envenenado al toro...
La atrajo hacia él.
—No, y vergüenza
debería darme. Habría tenido consecuencias fatales si Clark se hubiera sentido
un poco más seguro de sí mismo. Lo siento. Pero eso ya pasó. A partir de ahora,
si me dices que lo negro es blanco, te creeré —levantó la cabeza, contempló la
mirada feliz y soñadora de Demi y sonrió— Bésame. Tengo que volver al trabajo.
Demi le rodeó el
cuello con los brazos y lo besó con anhelo.
—Llévame contigo
—susurró.
—Entonces, no haría
nada —replicó Niall. La apartó con desgana y se abrochó el cinto—. Volveré a
las seis.
Demi tenía la sensación
de que su mundo había cambiado drásticamente en el espacio de unas horas. No
podía dejar de sonreír. .
—Está bien. Tendré preparado el negligé rojo.
Niall rio con
ganas.
—Es una cita.
Salieron del cuarto
de la ropa y caminaron de la mano hasta la puerta principal. Niall la miró,
deseando poder decirle que sabía que estaba embarazada. Nunca se había sentido
más unido a ella, ni la había amado tanto. Pero debía esperar, buscar el
momento oportuno. Si Demi descubría que lo sabía, podía pensar que seguía con
ella por razones equivocadas. La besó una ultima vez y se marchó.
Maude los vio y no dijo nada, pero ella tampoco dejaba
de sonreír.
A la mañana
siguiente, el personal de rodaje estaba otra vez trabajando. Sin embargo, aquel
día era diferente, porque todo el mundo podía ver que la relación entre Niall y
su joven esposa había cambiado. Tippy tenía la sensación de que se hubiera
levantado la veda. Los cazadores la acechaban, en especial, el ayudante de
dirección. Tras una escena especialmente difícil en el granero, Gary Mays
gritó: «¡Corten!» y entró en el decorado, de espaldas a la puerta del granero,
para pasarle un brazo a Tippy por los hombros y apretarla contra su cuerpo.
Gary volvía a ser la peor pesadilla de Tippy.
—Escucha, muñeca
—dijo Gary en tono persuasivo—. Haz la escena como está escrita y no intentes
actuar de verdad, ¿vale? Lo único que quiero es que salgas bonita y balancees
tus caderas sensuales para mí — le pasó una mano por el trasero con una
lascivia digna de un presidiario.
Segundos más tarde,
la mano estaba en el aire, doblada hacia atrás, con Cash Grier mirándolo
fríamente desde el extremo.
—No querías hacer
eso, ¿verdad, Gary? —preguntó en tono grato, y le dobló la mano un poco más...
lo justo para que Gary hiciera una mueca de dolor—. El acoso sexual es un
término muy desagradable. Piensa en lo que la prensa diría en nuestra sociedad
políticamente correcta. ¿Entiendes lo que quiero decir? —añadió con suavidad, e
incrementó la presión.
—Lo entiendo...
perfectamente —exclamó Gary, y se volvió hacia él para evitar que le arrancara
la mano.
—Y aunque no puedo
detenerte por acoso, puesto que estás fuera de mi jurisdicción, puedo llamar a
uno de mis compañeros del departamento del sheriff para que te detenga. Así que
no vuelvas a tocarla así. ¿Entendido, Gary? —insistió Cash, sonriendo. La
sonrisa le provocaba escalofríos a Tippy.
—¡Nunca más, lo
juro! —gimió Gary. Cash le soltó la mano, todavía sonriendo.
—Te convendría
anunciar un descanso de diez minutos —añadió—. Me gustaría hablar un momento
con la señorita Moore.
—Adelante —masculló
Gary, y lanzó a Tippy una mirada de puro odio—. ¡Diez minutos, todo el mundo!
—exclamó, y se apartó de Cash lo más deprisa que pudo, sosteniéndose la muñeca
con la otra mano.
Cash le hizo una
seña a Tippy con la cabeza. Ella se acercó como un corderillo, sin emitir la
más leve protesta, mirándolo con sus enormes ojos verdes llenos de perplejidad.
—¿Por qué dejas que
te trate así? —preguntó Cash en voz baja.
Estaba afectada. Se
envolvió con los brazos.
—Tengo veintiséis
años —dijo—. Y un hermano de nueve al que mantener. Se me están cerrando las
puertas de la moda. Tengo que triunfar en el cine o me quedaré sin fuente de
ingresos.
—¿Y crees que por
dinero merece la pena permitirle a esa tarántula humana que trepe por tu cuerpo
como una hiedra? —insistió—. ¿Qué te dije en el hospital? Que lo miraras a los
ojos y le dijeras que no.
—Es más fácil
decirlo que hacerlo —repuso Tippy con el semblante torturado.
Cash elevó despacio
la barbilla. La miraba con ojos negros firmes y entornados.
—Pero vas a
intentarlo, ¿verdad?
Ella asintió,
porque Cash producía ese efecto en las personas.
—Podrías haberle
hecho daño —dijo Tippy con vacilación.
—Podría haberle
roto la mano con la misma facilidad con que se la he magullado. Hace algunos
años, ni siquiera habría vacilado —Cash estaba pensando, analizando datos y
sacando conclusiones—. Tu cuerpo dice «ven y cómeme» hasta que un hombre se
acerca a dos pasos de ti. Entonces, te conviertes en una estatua de hielo.
Pero, por debajo del hielo, hay miedo. Ese tipo te da pánico —murmuró,
señalando al ayudante de dirección con la barbilla—. Aunque no tanto como yo —añadió
con suavidad.
Tippy tragó saliva.
Detestaba ser tan transparente, pero la osadía de Gary la había turbado. Cash
se fijó en su postura, en la pose defensiva.
—No tenías miedo de
Niall —recordó Cash, entornando los ojos—. Pero él no te tocaba, ¿verdad?
El rostro de Tippy
le dio la respuesta enseguida.
Cash asintió
despacio.
—Entonces, era eso.
Ella lo miró a los
ojos, llena de curiosidad y de sorpresa. Cash dio un paso hacia Tippy,
forcejeando con emociones conflictivas, y vio cómo el dolor afloraba en su
hermoso rostro. Parecía un cervatillo asustado, aunque no se apartó. Él la
fascinaba. Desde que era niña, ningún hombre había acudido en su defensa, como
había hecho Cash en presencia de Gary, a excepción de Niall. Los policías
siempre habían sido amables con ella. Cash llevaba un uniforme.
Cash se acercó
deliberadamente, inclinándose sobre ella. Tippy podía ver las pecas negras que
salpicaban el puente de su nariz recta, el grueso bigote sobre aquella boca
sensual, la minúscula perilla triangular por debajo del labio inferior, las
leves ondas de grueso pelo negro recogidas en la coleta. Cash olía a limpio y a
hombre.
Le gustaba estar
cerca de él. Era una sorpresa, y se reflejó en su rostro. Pero la proximidad
también la ponía nerviosa, y dio un rápido paso atrás.
El comportamiento
de Tippy lo dejaba perplejo. Era un rumor generalizado en la prensa del corazón
que Tippy había vivido con un hombre durante seis años, una estrella de cine
que la doblaba en edad y que había tenido una reputación casi obscena por sus
descaradas aventuras amorosas. Ella tenía fama de ser sexualmente agresiva.
Pero ¿cómo podía ser una mujer experimentada y apartarse de cualquiera que se
acercaba demasiado? No tenía sentido.
La miró con los
ojos entornados.
—No volverá a molestarte
porque no vas a permitírselo, ¿verdad?
Tippy tragó saliva.
Gary le ponía el vello de punta, pero nunca se había enfrentado con él.
Normalmente, se limitaba a parar los pies a sus admiradores con un desplante,
para que se sintieran incómodos y creyeran que no encajaban con su ideal. Pero
Gary era un sapo, y le recordaba mucho al hombre horrible de su adolescencia
No podía emplear
sus estratagemas con él. Lo temía.
—¿Verdad? —insistió
Cash. Ella asintió, como si Cash hubiera tirado de una cuerda atada a su
barbilla—. Tippy —Cash dijo su nombre con el ceño fruncido—. ¿De qué es
diminutivo?
—De Tristina
—contestó con amargura. Se apartó el pelo de los ojos—. Significa «tristeza».
Mi madre se sintió así al tenerme; al menos, eso cuentan —añadió—. No le
gustaba tener hijos, pero sí acostarse con hombres. Cuantos más, mejor
—vaciló—. Me dijo que no estaba segura de quién era mi padre.
A Cash no parecía
importarle. La observaba en silencio.
—Tuvo que ser un
hombre muy apuesto.
Tippy hizo una
mueca.
—Mi madre es una
mujer imponente, incluso ahora. Tiene ojos verdes y melena cobriza, como yo, y
una figura a prueba de alcohol. Y no es idiota. Me costó mucho arrebatarle a
Rory, pero el dinero es persuasivo. Ahora tengo la custodia absoluta, y no
pienso renunciar a ella.
—¿Rory?
—Mi hermano.
Cash alargó el
brazo y le retiró un mechón de pelo rojizo dorado de la boca.
—¿Por qué tienes la
custodia?
—Porque su nuevo
novio permanente lo odiaba y le pegaba, hasta el punto de que tuvo que ser
hospitalizado a los cuatro años. Un policía amigo mío me llamó y me lo dijo.
—¿Y qué diablos
hacía tu madre mientras tanto? — exclamó.
Tippy tragó saliva.
—Sujetarlo.
El suspiro de Cash
fue audible. Al mirarla, empezó a tener visiones turbadoras de ella, casi como
si estuvieran pasando de la mente de Tippy a la de él. Entornó los ojos. Sumó
la postura defensiva de Tippy a su temor a los hombres, y desdeñó la reputación
licenciosa del que había sido su pareja durante seis años. El resultado era
inquietante.
—No voy a permitir
que me quite a Rory —dijo Tippy fríamente—. Cueste lo que cueste.
—¿Aunque tengas que
soportar a labios de lagarto? —dijo, señalando a Gary con la cabeza. Ella alzó
la mirada, sorprendida, y de sus labios brotó un suave tintineo—. Mientras le
duela la mano, pensará en mí. Vamos.
Cash regresó con
ella al escenario, manteniendo la distancia para no ponerla nerviosa. Hasta
sonrió a Gary.
Tippy caminó en
línea recta hacia el ayudante de dirección, sintiéndose insólitamente segura de
sí.
—Dice Cash que, si
vuelves a tocarme, puedo hacer que te detengan y demandarte por acoso —sonrió
con encanto—. Estás asegurado, ¿verdad, cielo?
Gary palideció.
Lanzó una mirada a Cash y carraspeó.
—Muy bien, oídme
todos. Ya hemos perdido bastante tiempo. Venga, a trabajar.
Tippy dirigió a
Cash una rápida mirada y una pequeña y tímida sonrisa, y siguió trabajando.
La resolución de Niall
de no dejar que Demi sospechara que sabía que estaba embarazada duró
exactamente cuatro días, hasta la tarde en que regresó antes del trabajo y
encontró a Demi en la parte de atrás de una camioneta con Nick, arrojando
fardos de heno al ganado en uno de los pastos.
Niall se puso
furibundo. La sacó en brazos de la camioneta, la trasladó a su todoterreno, la
sentó y la llevó, sin decir nada, a la consulta del doctor Jebediah Coltrain.
Entró con Demi en el local y le dijo a la recepcionista que quería que los
recibieran de inmediato. La sala de espera estaba vacía.
—Copper no está
aquí —balbució la joven—, y Lou está a punto de irse...
—No, no se irá
—arrastró a Demi por la puerta que daba al pasillo—. ¡Lou! —gritó.
La doctora Lou
Coltrain salió al pasillo, primero atónita y después regocijada al ver a los
recién llegados.
—¿En qué puedo
ayudarte? —le preguntó a Niall.
Este apretó los
labios.
—Quiero un test de
embarazo ahora mismo.
—Muy bien...
—repuso Lou, tratando de no reír—. Fecha del último periodo.
—No es para mí,
sino para ella —masculló, lanzando una mirada iracunda a Demi, que estaba
atónita—. Estaba lanzando fardos de heno desde una camioneta, por el amor de
Dios.
La sonrisa de Lou
se evaporó.
—Eso no es sabio si
estás embarazada, Demi —dijo con suavidad. Demi empezó a llorar.
—¡No puedes
saberlo! —gimió a su marido—. ¿Cómo lo sabes?
—No estoy ciego,
¿no? —masculló—. No puedes atarte los pantalones ni mantener en el estómago el
desayuno —se aborrecía por no decir la verdad.
— ¡Te lo ha dicho
Maude! —lo acusó.
—Maude no me ha
dicho nada —se defendió.
—Vamos a tomar una
muestra de sangre, Demi — intervino Lou—. Cuándo tuviste el periodo por última
vez.
Tuvo que decirlo
con Niall, pagado de sí mismo, escuchando cada palabra. Lou llamó a Betty e
hicieron la prueba. Dio positivo. Lou fijó una cita para
que Demi visitara a un ginecólogo de Victoria que también trabajaba en
el Hospital General de Jacobsville
Después, le recetó
vitaminas.
—Nada de levantar
peso —la previno—. Y come como Dios manda.
Demi accedió dócilmente.
Estaba aliviada por la forma en que Niall se estaba tomando la noticia de su
inminente paternidad. Ni siquiera estaba enfadado. Se relajó.
De vuelta en la
camioneta, Niall no dejaba de sonreír. Entrelazó su mano con la de Demi. Ella
lo miraba con atención.
—¿No estás
enfadado?
—Encantado. Y
aliviado —replicó—. Ahora puedo dormir tranquilo sin preocuparme de que
saldráscorriendo con Grier.
—A él le gustan los
niños —replicó.
—Ya encontrará otra
mujer que le dé alguno. Este es mío —suspiró hondo—. ¡Vaya regalo de Navidad
voy a tener este año!
De hecho, el bebé
nacería para entonces. Demi estaba fascinada viendo el despliegue de emociones
en el rostro moreno y delgado de Niall. No podía estar fingiendo tanto placer.
Se preguntó si una mujer podía desmayarse de felicidad. Nunca se había sentido
tan segura ni cuidada en toda su vida. Niall estaba encariñado con ella, y
quería el bebé. Tal vez, con el tiempo, hasta llegaría a quererla.Tenía tantos
motivos para estar ilusionada, ¡tantos!
El equipo de rodaje
se despidió antes de partir hacia el aeropuerto. Tippy dio una disculpa
exhaustiva a Demi y a Niall por todos los problemas que había causado y los
invitó a asistir al estreno de la película, que tendría lugar en Nueva York al
cabo de unos siete meses. Sena en noviembre, y Demi estaría a punto de dar a
luz.
Cash Grier se
presentó en el aeropuerto justo cuando Tippy terminaba de facturar el equipaje
y echaba a andar hacia los detectores de metal.
—Espera un minuto
—dijo en voz baja, llamándola aparte. Le pasó una tarjeta con su nombre y su
número de teléfono—. Por si acaso tienes algún problema con la custodia de tu
hermano pequeño —le explicó—. Te he anotado mi número particular en el dorso.
Si necesitas ayuda, llámame.
Tippy profirió una
exclamación.
—¿Por qué querrías
ayudarme? —preguntó, atónita—. ¡Si me odias!
Sus ojos oscuros
contemplaron los ojos verdes de Tippy con serenidad.
—Diablos, ¡no lo sé
¡¿Tienes que cuestionarlo todo?
Tippy alargó el
brazo con vacilación y le tocó la manga, aunque bajó la mano casi tan pronto
como estableció el contacto. Cash iba de uniforme, y estaba muy pulcro.
—Gracias por lo que
hiciste con Gary. Por lo que me obligaste a hacer. Tenía miedo de perder mi
trabajo — sonrió con timidez—. Últimamente, no he recibido muchas ofertas. Pero
tenías razón. Nadie debería soportar un trato improcedente solo para poder
seguir trabajando.
—Pues no lo olvides
—repuso Cash con serenidad.
Tippy contempló su
rostro, tan por encima del de ella, con verdadero interés.
—Puedes venir con Niall
y con Demi al estreno de la película, si quieres. Te enviaré la entrada, por si
acaso.
Cash ladeó la
cabeza.
—Iré —dijo de
improviso.
Tippy se sonrojó, y
se le iluminaron los ojos. Rio tontamente. A su alrededor, tanto hombres como
mujeres se quedaban admirando su sorprendente belleza.
Tippy no parecía
darse cuenta de la atención que atraía; solo tenía ojos para el hombre que se
erguía ante ella.
—Me gustaría —dijo
con voz ronca—. Gracias, Grier.
—Solo te saco doce
años —señaló—. Puedes llamarme Cash.
La sonrisa se
prolongó.
—¿De qué es
diminutivo?
—De Cassius
—suspiró.
—¡En serio!
Cash asintió.
—A mi madre le
encantaban los clásicos.
Tippy reparó en el
pelo negro y la coleta limpia, el bigote y el pequeño triángulo de pelo que
enmarcaba su boca sensual.
—La querías.
—Mucho.
Tippy suspiró y los
recuerdos amargos le robaron la sonrisa.
—Debe de ser bonito
—lanzó una mirada al detector de metales, por donde entraban los pasajeros—.
Será mejor que me vaya —se guardó la tarjeta en el bolsillo—. Gracias otra vez.
Cash se encogió de
hombros.
—Me gustan las
estrellas de cine —murmuró con fluidez, y le sonrió. Aquella sonrisa llegó
directamente al corazón de Tippy, que volvió a sonreír.
—Y a mí me gustan
los policías.
Tippy desvió la
mirada, se dio la vuelta y atravesó rápidamente el detector de metales. Justo
antes de adentrarse en el área restringida, volvió la cabeza. Jamás se había
sentido tan sola en toda su vida. Él también seguía mirándola.
La miró hasta que
la perdió de vista, por motivos que no alcanzaba a comprender.
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